El deseo de vida eterna y/o de permanecer siempre joven ha atormentado a la Humanidad desde el momento en que descubriera su condición de “perecible”. ¿Por qué se tiene que morir uno? ¿No hay manera de vivir más o para siempre? A lo largo de la historia, muchos hombres y mujeres lo han intentado. Según se sabe, nadie lo ha logrado todavía.
A mediados del siglo XX, el egoísta lema “cada quien por su cuenta” ya se había convertido en una infame teoría social. Escritores contemporáneos como Robert Bellah, o comentadores de antaño como Toqueville, nos dicen que el “individualismo” ha dominado siempre la cultura de los Estados Unidos: permanece en el núcleo de la vida norteamericana, profundamente enraizado en la topografía social de la Unión. Autonomía personal es lo que manda. Individuos autónomos, sin compromiso previo hacia otros, tienen el derecho de creer y actuar a su antojo.
Emmanuel Mounier, filósofo contemporáneo francés, describió los efectos del individualismo sobre nuestra percepción del prójimo con estas palabras: “La sola visión de otro me priva en cierta forma de mi universo, su presencia restringe mi libertad, su promoción es mi democión. Con respecto al amor, es una enfermedad mutua: un infierno. El mundo de otros no es un jardín de las delicias: es una provocación perpetua de auto disminución o incremento. La necesidad de poseer y superar interminablemente obstruye la comunicación”.
A tan implacable acusación, se une la abierta denuncia de uno de los más eminentes e incisivos críticos sociales estadounidenses de las últimas décadas: nos referimos a Ray Bradbury. En las siguientes líneas, un modesto análisis de la vida y obra de este adalid que nunca vaciló en poner el dedo en la llaga, subrayando una problemática que aún en estos tiempos de globalización continúa preocupando a muchos intelectuales y público en general.
EL IMAGINATIVO AUTODIDACTA
Ray Douglas Bradbury vino al mundo el 22 de agosto de 1920 en Waukegan, Illinois. Su familia se trasladó varias veces de un lugar a otro, hasta echar raíces en Los Ángeles (California), en 1934. Durante su juventud, Bradbury fue un voraz lector, además de escritor aficionado. Por motivos meramente económicos, no pudo asistir a una universidad que satisficiera su sed de conocimiento: para ganarse la vida, comenzó a vender periódicos. Posteriormente, se propuso formarse de manera autodidacta a través de los libros -comenzando a componer, así, sus primeros relatos con una vetusta máquina de escribir.
Bradbury fue un niño extraordinariamente imaginativo, proclive a sufrir pesadillas y fantasías terroríficas, las cuales exorcizó/adaptó subsecuentemente en sus escritos. A los doce años empezó a escribir 4 horas diarias, vendiendo por primera vez un relato en 1941. Ya en 1943, consagrado plenamente al arte literario, publicó sus trabajos iniciales en varias revistas (Playboy sería una de ellas). En 1947, el autor contrajo nupcias con Marguerite McClure, enlace del que nacieron cuatro hijas.
Actualmente, Bradbury continúa escribiendo desde su residencia de California. Entre sus relatos más destacados figuran El Hombre Ilustrado (1950), las extraordinarias Crónicas Marcianas (1950), El Vino Del Estío (1957), el magistral relato El Sonido De Un Trueno (1952) y Fahrenheit 451 (1953). Asimismo, Bradbury también ha escrito poesía, teatro y guiones para el celuloide.
Al igual que en el caso de Asimov, existe un asteroide -catalogado con el número 9766- bautizado “Bradbury” en su honor.
UN ESCRITOR DE BIBLIOTECA
En los últimos años, Ray Bradbury se ha convertido en un ícono incontrovertible de la defensa de los libros: ha hecho varias apariciones públicas para impedir el cierre de librerías independientes, y actualmente se ha abocado a proteger una biblioteca pública californiana que ve amenazada su existencia de no pagar una suma elevada. Estos actos hablan claramente de la importancia que para él han tenido los libros, las librerías y las bibliotecas.
Bradbury pide que no le hablen de universidades sino de bibliotecas, ya que fueron éstas las que le permitieron formarse, gracias al acceso gratuito a los libros. “No creo en las universidades. Creo en las bibliotecas, porque la mayoría de estudiantes no tiene nada de dinero. Yo me gradué de la escuela secundaria durante La Gran Depresión y no teníamos dinero. No pude ir a una universidad, entonces fui a la biblioteca pública tres días a la semana a lo largo de diez años”. Para el autor de El Verano De La Despedida (2006), “las bibliotecas son esenciales si uno quiere volverse un gran estudiante; las bibliotecas son gratuitas y las universidades, caras”.
Prosigue Bradbury: “El año en que dejé la escuela secundaria en Los Ángeles, adopté para el resto de mi vida el régimen de escribir un cuento por semana. Yo sabía que sin cantidad no podía haber calidad. Mientras tanto, trataba de meterme por los ojos toda la experiencia literaria posible: buena, mala, indiferente o excelente; para que, con un poco de suerte, saliera luego de mis dedos”. Cuando, en el 2000, cumplió 80 años, el escritor comentó en una entrevista: “La gran diversión de mi vida ha sido levantarme cada mañana y correr hacia mi máquina de escribir, porque alguna idea nueva se me había ocurrido. El sentimiento que tengo cada día es más o menos el mismo que cuando tenía doce años. En cualquier caso, aquí estoy a mis ochenta, sumido en el mismo estado”. Ciertamente, toda una vida dedicada a la literatura.
Bradbury no da lecciones ni se compadece de sí mismo. Tampoco revela interioridades escandalosas de su pasado -sino que expone con afán contagioso su amor por la literatura, su pasión desenfrenada por el hecho de enfrentarse cada día a una máquina de escribir, donde consigue reflejar historias que arrancan de sus observaciones, de sus recuerdos, de sus miedos inconscientes tamizados hacia la luz de esa suerte de catarsis que es el oficio de escribir. Si a montar en bicicleta sólo se aprende montando en bicicleta, en resumidas cuentas, la filosofía de Bradbury es “a escribir sólo se aprende escribiendo”.
Si bien a Bradbury se le conoce como escritor de ciencia ficción, él mismo no se concibe como tal -sino como de fantasía. De hecho, alguna vez ha declarado que la única novela de ficción especulativa que ha escrito es Fahrenheit 451.
LA INSOPORTABLE INDIVIDUALIDAD DEL SER
Bradbury ha comentado que el punto de inflexión en su vida fue un encuentro, a la edad de 14 años, con “Mr. Eléctrico”, un mago de feria que le reveló el secreto de la inmortalidad. En una conferencia vía satélite desde Los Ángeles, con el marco de público asistente a la Feria del Libro de Guadalajara, Bradbury ha aseverado que el Hombre debió quedarse hace 40 años en la Luna, formar ahí una base para continuar con la exploración hacia Marte y colonizarlo, “para encontrar la inmortalidad de la raza humana”.
“¡Nosotros somos los marcianos! El hombre del futuro es un viajero espacial. Sólo viviremos eternamente cuando nos reguemos por el universo. Por el bien de toda la Humanidad, debemos volver a la Luna y luego a Marte. Tenemos que hacerlo”.
En 1950, el maestro usamericano dio vida a la obra que lo hizo reconocido internacionalmente, Crónicas Marcianas. Su valía queda fuera de toda duda sólo recordando que de ella ha dicho Jorge Luis Borges: “Qué ha hecho este hombre de Illinois -me pregunto- al cerrar las páginas de su libro para que episodios de la conquista de otro planeta me llenen de terror y de soledad”. Gracias a Crónicas Marcianas, que relata los intentos terrícolas por conquistar y colonizar Marte, así como las reacciones de los habitantes del Planeta Rojo; nació su reputación como escritor de ficción científica. Las historias entretejidas en el libro repasan algunos de los temas típicamente Bradbury: su posición contra el racismo y la xenofobia, el temor frente a los desarrollos tecnológicos -especialmente bélicos-, la nostalgia por la vida sencilla, y un considerable terror frente a la muerte.
Bradbury narra en forma de novela -pero, en realidad, se trata de un conjunto de cuentos que se comunican entre sí- la “historia” de la colonización humana de Marte. El escritor no se equivocó en algo: la devastación que los humanos provocan en el Planeta Rojo se queda corta al lado de lo que estamos haciéndole a nuestro propio mundo. Bradbury siempre se declaró sensible al tema ecológico, en épocas en que apenas se empezaban a percibir las consecuencias de esta repudiable destrucción sin sentido.
Es indudable que el estilo Bradbury transmite las tensiones de los Estados Unidos de la primera mitad del siglo XX, la problemática social y racial, el impulso individualista y la dinámica comunitaria tan propias de la cultura norteamericana. Los colonizadores de Marte trasladan su “american way of life” (pragmatismo a ultranza) al nuevo suelo. Su individualismo los impele a enriquecerse, a abandonar una Tierra que no sacia sus necesidades físicas y espirituales. Van llenos del espíritu mesiánico de los pioneros, y por eso se comportan de un modo análogo al de los pioneros de su propia historia.
Son precisamente los marcianos, con su naturaleza distinta, espiritual y trágica a la vez; quienes “firman” algunos de los relatos más hermosos del volumen. Bradbury los utiliza para introducir pasajes oníricos, dramáticos y también cómicos -puesto que, en una obra versada sobre una empresa de estas características, ha de haber necesariamente espacio para casi todo.
ADORABLE HORROR AL VACÍO
El autor se considera a sí mismo “un narrador de cuentos con propósitos morales”. Sus obras a menudo producen en el lector una angustia metafísica, desconcertante, dado que reflejan su convicción en que el destino de la Humanidad es “recorrer espacios infinitos y padecer sufrimientos agobiantes para concluir vencida, contemplando el fin de la Eternidad”. A pesar de que sus temas están inspirados en la vida diaria de las personas, un clima poético y un cierto romanticismo son otros rasgos persistentes en la obra de Ray Bradbury -a quien, por su temática y peculiares características, puede considerársele como exponente del realismo épico, aunque nunca se haya definido de esta forma.
Acotemos que es destacable la capacidad de Bradbury para la percepción de los hechos sociales. El racismo, los abusos de la religión y la censura, el despotismo, la pérdida de las tradiciones, la falta de solidaridad y la destrucción de la naturaleza; son tópicos recurrentes incluso en sus experiencias narrativas más recientes, alejadas de las temáticas de ficción científica más populares. Transformado en un clásico en vida, Bradbury ha preferido un registro más amplio, que se concentra en su visión del naciente siglo, tocando variadas materias de interés -y donde predominan ciertos asuntos culturales y sociales que tienen que ver con él mismo y con sus orígenes. Ya no es más un referente contemporáneo en materia de ciencia ficción.
Pero Bradbury también ha visitado el cuento de horror. Su concepto de lo pavoroso se sustenta sobre todo en que los sucesos cotidianos se transforman en situaciones inusuales, extrañas, a menudo siniestras. No son los entornos misteriosos, aislados, tenebrosos, del relato gótico; ni los fantasmas y enfermizos mentales de Edgar Allan Poe. Su inspiración confesa fue H.P. Lovecraft, y su mentor fue August Derleth (discípulo del misántropo de Providence), quien aconsejó al joven Ray publicar en las revistas pulp abocadas al género.
Lo mejor de la narrativa de Bradbury surge marcado por una época precisa, definida: la que viene tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el terror de la posible conflagración nuclear es encubierto por la esperanza/ilusión que da la carrera espacial. Los viajes a otros planetas, la fascinación de los cohetes, los intercambios con civilizaciones de otras galaxias, la búsqueda de recursos más allá de la Tierra... En general, esa clase de temas alimentó una obra que se insertó maravillosamente en el inconsciente colectivo. Las traducciones en nuestro medio mostraron lo mucho que esas problemáticas, aparentemente lejanas, también nos alcanzaban.
A pesar de los inevitables anacronismos, el legado de Bradbury ha fascinado a tres generaciones de lectores, y seguramente otras se integrarán al culto más adelante. Sus libros se siguen leyendo con pasión, sus más de 600 cuentos siguen siendo devorados por los lectores, sus narraciones siguen siendo adaptadas al cine. ¿Por qué? Por esa capacidad suya para emocionar, inquietar, hacer soñar con lo misterioso de la Humanidad del siglo XX (y no con fantasmas en castillos). Bradbury es un autor popular, que hechiza: sus páginas tienen algo de intemporal, de una saudade del Paraíso, tal vez de la niñez perdida.
En el ámbito de la literatura de anticipación, hay que decir que Bradbury se alzó como un innovador del género. Introdujo una cierta exquisitez formal y una presencia de lo poético que sonaban bizarras, en un género entonces más inclinado a la truculencia y al espectáculo que a la delicadeza. Aunque a veces puede pecar de sentimental y didáctica, su lectura busca honestamente remover las conciencias. A veces resulta algo empalagoso con tanto derroche de lirismo (cabe resaltar que su aproximación a la tecnología se revela un tanto anticuada, desfasada y superada).
Es evidente que la inmortalidad física ya forma parte de las hipótesis del futuro humano. Todavía es una especulación que se apoya en la criogenización y en las posibilidades de la tecnología y la genética para prolongar la vida indefinidamente. Sus partidarios argumentan que, con la inmortalidad, se conservaría gran parte de la experiencia vital adquirida por la Humanidad, que hasta ahora se pierde con la muerte. Sin embargo, la muerte sigue siendo para algunos una etapa natural, una liberación y un escape, por lo que los “inmortalistas” son todavía una minoría -no sabemos si, dentro de 100 años, serán considerados tan visionarios como Bradbury.
En todo caso, ahora más que nunca tenemos la prerrogativa de creer en la seguridad de un futuro más estable. Un futuro en el cual el Ser Humano sea dueño de su destino. Aprovechando las bondades de la tecnología, el Hombre quizá podría prolongar su propia existencia. Mas no nos engañemos ni seamos tan ingenuos. Sólo la vida puede crear la vida. Sin esa chispa divina/del espíritu, jamás podremos hacerla de Dr. Frankestein. Es menester reconocer que somos nosotros las criaturas. Quizá sólo así la muerte podría ser el punto de partida de un destino más grande e insondable que el mismo universo: la absolutez del infinito.
Jorge Antonio Buckingham
TRIVIA “CATÓDICA”: QUEMANDO RETINA
El primer cineasta en aventurarse en territorio Bradbury fue el célebre François Truffaut. Artífice de una filmografía impresionante, el director galo adaptó Farenheit 451 en 1966, con la magnífica Julie Christie bajo su mando y resultados sorprendentes. No tanta fortuna tuvo, en cambio, el americano Jack Smight, quien filmó en 1969 The Illustrated Man basado en tres cuentos de la homónima recopilación: “La Pradera”, “La Larga Lluvia” y “La Última Noche Del Mundo”.
Para aquellos que no lo recuerdan, las Crónicas Marcianas fueron llevadas a la pantalla chica en 1980, por el director Michael Anderson -responsable de películas menores como Around The World In Eighty Days (1956) y Orca (1977). Originalmente pensada como telefilme, tuvo que emitirse en formato miniserie debido a la extensa duración del metraje final (más de 4 horas). Aquí la pasó canal 9 a mediados de los 80s, tratando de capitalizar el éxito de audiencia que había logrado con V: Invasión Extraterrestre. El batacazo no se repitió, toda vez que se trata de dos formas absolutamente distintas de enfocar el género de la ciencia ficción. Ante la notoria indiferencia del “respetable”, ni siquiera la llegaron a pasar hasta el final. Y eso que, entre los actores del reparto, figuraba el veterano Rock Hudson. Ni por ésas.
Mucha mejor suerte que Smight y Anderson tuvo el correcto Peter Hyams. Fogueado gracias a clásicos sci fi como Capricorn One (1978), Outland (1981, dirige a Sir Sean Connery) y 2010: The Year We Make Contact (1984, discreta “continuación” -con John Lightgow, Roy Scheider y Helen Mirren- de la portentosa 2001: A Space Odyssey del genial Kubrick); Hyams lleva a la pantalla grande El Sonido De Un Trueno (2005, se estrenó en estas costas como Cazadores De Dinosaurios). El director extiende un poco el relato original, pero conserva los lineamientos del texto de Bradbury: viajes en el Tiempo, efecto dominó, realidades alternativas y evoluciones paralelas. Lo que se dice un home run.
Hákim de Merv
LEE EL SONIDO DE UN TRUENO AQUÍ
ENLACES RECOMENDADOS
http://www.raybradbury.com/ (en Ray Bradbury Official Site).
http://www.ciudadseva.com/textos/cuentos/ing/bradbury/rb.htm (en Ciudad Seva).
http://axxon.com.ar/noticias/2010/06/el-clasico-cronicas-marcianas-una-de-las-obras-cumbre-de-ray-bradbury-al-cine/ (en Noticias).
http://mdarena.blogspot.com/2010/06/y-la-roca-grito-ray-bradbury.html (en Momento Digital).
http://www.huffingtonpost.com/joseph-smigelski/thank-you-ray-bradbury_b_601881.html (en Style On Huffington).
http://www.elplacerdelalectura.com/2010/05/fahrenheit-451-ray-bradbury.html (en El Placer De La Lectura).
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