El presente texto expondrá algunas ideas de Andrés Torres -“La imagen de Dios en la nueva situación cultural”- en relación a uno de los temas que más controversias y discusiones ha originado: la teología y la imagen de Dios en un mundo moderno. No pretendo con esto defender la postura de la Iglesia, sino exponer los argumentos que esta, con ayuda de la “filosofía teológica”, propone como repuesta a las interrogantes, acusaciones y problemas que se le plantean.
La propuesta más importante de Torres es un cambio de paradigma: la imagen de Dios debe adaptarse a las nuevas situaciones culturales y sociales. Esto origina que el diálogo entre creyentes y no creyentes fluya con argumentos que busquen solucionar problemas actuales y eviten lidiar con “fantasmas medievales” o con dioses de una teología propiamente natural. La reafirmación del ídolo acaba negando la verdadera realidad, menciona Torres. Este problema, planteado como una de las causas del ateísmo moderno, se origina debido a que la imagen de Dios, previa a la gran revolución industrial, se arraigó en la población, y no se pudo dar origen a visiones paralelas de cómo Dios puede cambiar con el transcurrir del tiempo.
Sin embargo, ¿cómo anunciar una nueva imagen de Dios? ¿Cómo proceder con el cambio de paradigma? El mundo actual se encuentra regido por leyes físicas que muchos conocemos. Este mundo físico no acepta intervenciones divinas y la naturaleza actúa bajo ningún parámetro ciertamente establecido. Este mundo en el cual nos hemos originado y desarrollado no tiene, sin embargo, conocimiento ni consciencia de sí mismo, dejando a sus habitantes con una libertad de control y responsabilidad frente a sus actos. Y es que la Iglesia, para responder a los cuestionamiento iniciales, no debe seguir refugiándose en la santidad de su actuar y decir, sino debe de tomar una postura crítica, ya que los grandes cambios, se dan debido a las acciones del hombre. La continuación de su labor evangelizadora con un Dios antiguo, podría degenerar en la idea de un “Dios rival” y en malinterpretaciones de la fe, menciona Torres.
Se ha mencionado vagamente la idea de un mundo físico y una revolución creada por el hombre. Sin embargo, uno de los problemas que hemos vivido es la resistencia de la Iglesia a los avances que origina el desarrollo de la ciencia y de la política. Nietzsche planteó la acusación como una “falta de fidelidad a la tierra”. La Iglesia, por su parte, respondió ante tal acusación con tres razones tomadas de la Biblia.
1. “La gloria de Dios es que la persona humana viva” (Ireneo de Lión). La Iglesia plantea que la idea de una falta de fidelidad a la tierra contradice la finalidad de Dios con su creación: la realización del ser humano. Por lo tanto, podemos afirmar que Dios no podría oponerse a factores que ayuden a ese fin (ciencia y/o política). Sin embargo, podríamos afirmar que Dios en su afán creador, nos puso en la Tierra para cumplir su mandato y servirlo. La idea de este dualismo esclavo-señor implica que ambas partes no pueden ser beneficiadas por igual lo que significa que para cumplir la gloria de Dios, el hombre debería privarse de sus libertades y de su realización personal. En resumen se cumple lo que Feuerbach propuso: “Para que Dios sea todo, el hombre tiene que ser nada”. Esto como se ha manifestado anteriormente, contraviene la finalidad y los principios con los cuales se funda la creación: el amor de Dios hacia sus hijos.
2. Si bien vivimos en épocas donde los relatos mitológicos de como los dioses intervienen en la vida de los humanos no son aceptadas, la Iglesia busca darle una nueva participación a Dios en nuestro actuar diario. Y es que la visión deísta no satisface la experiencia cristiana que promulga a un Dios vivo y presente en nosotros. Es por esto que surge la visión deísta-intervencionista. Dios no puede abandonar su creación y por lo tanto tiene que intervenir en ella; sin embargo, esta intervención se da a través de nosotros. Al ser creados a imagen y semejanza de Dios, tenemos el concepto y la presencia de Dios arraigada en lo más profundo de nuestro ser. Entonces podemos entender nuestra capacidad transformadora en la naturaleza como una responsabilidad entregada para poder realizarnos como personas.
3. El dualismo siervo-señor mal interpretado origina en su relación con la moral, que esta sea considerada como una carga impuesta para glorificar al señor. Los mandamientos, normas básicas que rigen la moral de los pobladores, son entendidas como obligaciones que deben cumplir para no ser castigados con terribles males; y el pecado, resulta ser la ofensa más grave realizada hacia el señor. La nueva imagen de Dios requiere, sin embargo, una nueva concepción de los mandamientos y la moral de los humanos. Las normas sirven en nuestro actuar como guía para evitar cometer actos erróneos. La palabra de Dios, por lo tanto, debería ser concebida como un apoyo en la lucha por conseguir nuestra realización. De nosotros depende seguirlas y su incumplimiento quizá nos origine algunos perjuicios que antiguamente eran referidos como castigos. El pecado, en conclusión, también queda descartado como una ofensa a Dios y se convierte en una amenaza hacia nosotros, en un actuar en contra de nuestro bien según las palabras de Tomás de Aquino. La acción de Dios es considera como una preocupación de un padre con su hijo en un obrar incorrecto.
Si bien se ha aclarado que los argumentos previamente presentados son recogidos de la Biblia, su lectura e interpretación también presenta sendos problemas. Entonces es necesario realizar un breve análisis de esta problemática para reafirmar las posturas antes detalladas.
La práctica nos enseña que cualquier aceptación de verdad sin criticar o buscar una explicación a los hechos degenera en una indiferencia hacia tal circunstancia, convirtiéndose en una sencilla afirmación sin fundamento. La Biblia no es inmune a tal razonamiento. En sus siglos de vigencia, la interpretación literal, la escolástica y la tarea evangelizadora han reafirmado la idea de la divinidad de Biblia; es decir, una lista de relatos, verdades “caídas del cielo” e inspiradas en el hagiógrafo a través de milagros. Este hecho deja sin sentido las posibilidades de verificación y ha se convierte en un dificultad para razonar y generar un diálogo entre la fe y la cultura moderna.
Torres propone considerar la palabra de Dios inspirada como “mayéutica”. Esto significa que esta palabra de Dios acepta críticas fundadas y a su vez pregunta; es decir, enseña, critica y aprende. Esta interpretación surge de la afirmación “Dios se manifiesta a todos”. Sin embargo, ¿cómo interpretar la frase “el pueblo elegido” y decir que Dios habla a todos sus hijos?
Es imposible pensar que un Dios que crea por amor y con la finalidad de brindarle al ser humano medios para su realización tenga una postura egoísta al manifestarse. Las comunidades (religiones) son todas reveladas y cada una implica un camino a seguir para la salvación. La persona debe decidir que interpretación considerar. Es decir, es el hombre quien decide como acoger la palabra en su accionar diario.
Así como buscamos respeto entre personas y una inclusión en la sociedad, las religiones también procuran tener esos derechos. La teología ha logrado plantear, en el contexto actual, una inclusión de religiones que buscan su realización comunal y el reconocimiento de que cada una de ellas refleja una ideología distinta para un mismo fin: la revelación de Dios al mundo. Esto concluye en el hecho de que ninguna religión puede pretender anular la verdad de la salvación, mas sí criticar las formas de hacerlo.
Para concluir tratemos de responder a una interrogante más: ¿por qué Dios omnipotente y omnipresente no puede rechazar y eliminar todos los males si lo que busca es nuestra realización?
La respuesta es bastante simple: es imposible. Una situación de fallo, culpa y malestar es fruto de nuestra libertad finita y de un mundo en evolución. Entonces, los seres humanos (creyentes y no creyentes) se ven inmersos en el dilema de dar sentido a sus vidas. La historia de la salvación puede brindar ciertas luces: Dios rescatará a la humanidad del mal cuando la muerte permita la ruptura con la historia. Sin embargo, como creer en la muerte -hecho que finaliza la existencia de nuestras relaciones con el mundo, la comunidad y otros seres- como un hecho de salvación. Si bien lo hizo Jesús, necesitamos contextualizar esta situación a épocas modernas.
La muerte provoca que el hombre también cuestione su sentido sobre la vida y su libertad de acción en el mundo y en una realidad histórica finita. Juan Alfaro, en su texto “El hombre abierto a la revelación de Dios”, expone el tema desde la perspectiva de la experiencia humana y el yo-personal. La experiencia humana es una experiencia de querer-vivir; es una experiencia a futuro ya que nosotros hemos sido lanzados al mundo como proyectos. Por otro lado, el yo-personal también manifiesta un deseo de continuar su existencia y nace en él un “temor” hacia la muerte.
Sin embargo, afirmar lo absurdo de la vida también equivale a suprimir y dejar sin fundamento nuestras decisiones. Entonces, Alfaro nos dice que en ese proyecto de vida las esperanzas y las decisiones se fundamentan en un esperar radical. Este esperar radical es el resultado de la negación del temor a la muerte y el deseo radical de vivir ya que “donde no hay deseo, ni esperanza, no puede surgir temor.” Esta situación encierra al hombre y lo obliga a decidir entre un esperar más allá de la muerte o más acá de la muerte. Jesús dio el ejemplo tomando el primer camino y demostrando a todos que la muerte no será el fin, sino un paso hacia un futuro mejor.
En resumen, entendamos que Dios no puede evitar el mal. Es por eso, que no puede concedernos todas las peticiones que hacemos al rezar, mas sí puede guiarnos en como nosotros procurar buscar una solución a dichas situaciones. Como dice Torres: “Es Él quien nos llama y suplica”
Gabriel Jiménez
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