THE CURE: ABRAZANDO A LA BESTIA (30 AÑOS DESPUÉS)

28 de junio de 2012

 

Pornography
(Fiction Records, 1982)


Conservo difusos recuerdos del año 82. El segundo grado de primaria, Capitán Centella, la TV transmitiendo en el aula la última participación de Perú en un Mundial de fútbol, con Martínez Morosini narrando “las incidencias del encuentro”; las clases particulares de flauta dulce (hasta ahora no sé por qué se le llama así),  el descubrimiento  del  arroz  chaufa,  Taro  El  Pescador,  los primeros  amigos de barrio -los únicos que he hecho en toda mi vida, en realidad: después la urbanización y mi ausencia de gregarismo se malearon...

Mi mundo no se regía aún por la melomanía. En casa siempre sonaba la radio, y el tocadiscos devoraba un 45 rpm tras otro -dieta que toleraba acetatos de 33 revoluciones de vez en cuando. Pero no eran cosas demasiado complicadas: las clásicas baladitas hispanas, uno que otro número disco (aghhh), la tropicalia a la que eran tan afectas las generaciones mayores... Difícilmente hubiera podido abrirse paso hasta mis oídos el disco que los británicos The Cure editasen ese mismo año. De hecho, transcurriría un decenio antes de estar listo -o casi- para descubrir y escuchar al Cure que no aparecía en las emisoras de mi pre-adolescencia (cuando aún la radio peruana tenía algo de calidad que ofrecer).


Mis coetáneos no me dejarán mentir. Ciertamente, el Cure que con no mucha frecuencia escuchábamos de chicos era el de “Killing An Arab”, “Boys Don’t Cry” o “Grinding Halt”; es decir, el del primerísimo Three Imaginary Boys (Fiction Records, 1979) -o su versión para el mercado americano, Boys Don’t Cry (Elektra, 1980). También era el de “In Between Days”, “The Caterpillar”, “Close To Me” o “Let’s Go To Bed”; o sea, el del Japanese Whispers (Fiction Records, 1983) en adelante. En síntesis, el lado “punk” y pop de The Cure, la faceta más permisible para los estándares de la FM. Ni siquiera sabíamos que existía otra cara.

Para los adolescentes que habíamos abrazado el rock, Lima a fines de los 80s y principios de los 90s era un infierno: pocas posibilidades de encontrar buenos discos o literatura rockera (o de cualquier tipo), menos camaradas con quienes compartir gustos, bolsillos agujereados/apolillados (nuestros o de los viejos, daba lo mismo), el final del peor quinquenio republicano y el inicio de un régimen nefasto de podredumbre política y social del que aún hoy pagamos las consecuencias... Internet llegó aquí recién durante la segunda mitad de la década noventera, y tardó hasta el año del milenio en popularizarse. No era entonces tan fácil como ahora conocer la historia de tus grupos favoritos, sus biografías y “trivias”; o descargar sus discos. En mi caso, fue un amigo del colegio quien me mostró el rostro lóbrego de The Cure, ése que casi nadie había escanciado, ése que se revelaba sólo cuando los k-sets corrían de mano en mano -como susurrando enigmas en la oscuridad.

Recuerdo que terminamos el cole el año anterior (1991). Era cumpleaños de Juan Carlos Santayana, fan a muerte de la banda, y le caí a eso de las 6 de la tarde con una cinta copiada del Wish, el título que por esos días devolvía a Robert Smith y compañía a los charts gracias a “High” y especialmente a “Friday I’m In Love”. Juan Carlos agradeció el obsequio, a pesar de su modesto origen -creo que era su primer contacto con aquella obra-, y prometió prestarme tres trabajos de The Cure que yo no manyaba. Pocas semanas después, llegó la cachorreada: en estricto orden cronológico, mi compadre me jugó el Seventeen Seconds (Fiction Records, 1980) y el Faith (Fiction Records, 1981). Entre ambos préstamos, medió un mes. “El Pornography te lo paso en un par de meses”, me dijo Juan Carlos con una risa sardónica a flor de labios. Huelga decir que había sabiduría tectónica en ese “aviso”.

Seventeen Seconds y Faith modificaron drásticamente la imagen que tenía de The Cure. El primero es una magnífica pelea de diez rounds entre el bajo y la fantasmal guitarra de Smith, cuyo resultado es un mazazo de apagados resplandores. El segundo es un grito de angustia que se cuela por entre las grietas de las paredes encorchadas que delimitan los abismos de la mente humana. Pero Pornography llevó las cosas aún más lejos. Para entonces, ya habíamos encarado, llenos de renovada fe, el baile con la Bestia, durante diecisiete interminables segundos; y habíamos recibimos ocasionalmente sus arañazos, según corresponde en ese tipo de baile. Mas ahora la Bestia no estaba para preliminares. Ahora, la Bestia hurgaría en los jirones de nuestras almas con sus garras de metal al rojo vivo. Y no se detendría hasta que la abrazásemos con desesperado fervor, hasta que sea el propio mundo interior el que nos devore, acicateado por tanto dolor contenido...


Antecedido por el single Charlotte Sometimes -octubre de 1981, ojo al pesadillesco lado B “Splintered In Her Head”-, el Pornography de Smith/Tolhurst/Gallup rubricó la trilogía “espiraldescendente” que iniciara Seventeen Seconds (una tríada que prácticamente redefine al enérgico ramalazo post punk que propinara el Three Imaginary Boys como firmado por otra entidad). Y de qué modo. Si bien inicialmente el título genera rechazo, Pornography es lo bastante monstruoso como para sólo pensar en una dimensión meramente corpórea. Ya lo dijo una vez el inacabable Eduardo Lenti: se trata más de encausar el significado hacia una exhibición impúdica/obscena/¿atroz? del vacío existencial inherente al ser humano.

No  hay,   pues,   “moral”   en   Pornography:   sólo   violencia   y    desolación sobrecogedoras -para no demorarnos en el contacto físico descrito, que roza lo patológico (son citadas sin cesar palabras como “manos”, “bocas”, “colores”, “besos”...). La escucha cabal del largo exige un estado emocional medianamente equilibrado. Su sonido descarnado (sin la limpieza del Faith o del Seventeen...), su crudeza, suciedad y pavoroso hermetismo; dejan a la aplastante mayoría de bandas góticas posteriores como disfuerzos bienintencionados por lucir necrofílicos, escatológicos y/o fúnebres (o mejor, si The Cure fuera Ministry, esos incontables epígonos serían Marilyn Manson). Con sólo captar la primera línea de la obertura “One Hundred Years” (“It Doesn’t Matter If We All Die”), el escucha debe considerarse seriamente advertido.


Todavía hoy en día sostengo que el Pornography no es todo lo perfecto que quisiera. Me explico: ningún tema es menos que sobresaliente, pero no todos tienen el mismo cariz de funesta densidad que vomita el conjunto. “The Hanging Garden” y “A Strange Day”, dos grandes canciones, son las excepciones a la regla, únicos momentos de reposo en un disco corroído hasta el tuétano por la angustia. Y por la tensión. Un primer acercamiento sin estar sobreaviso produce desasosiego, incomodidad, tiesura -peor si el final de este (mal) viaje es la pieza epónima, grabada en las profundidades del Averno. “Pornography” es una amalgama tóxica de enfermizos sonidos superpuestos, desde la cual Smith anuncia: “One More Day Like Today And I’ll Kill You/A Desire For Flesh/And Real Blood/I’ll Watch You Drown In The Shower/Pushing My Life Through Your Open Eyes/I Must Find This Sickness/Find A Cure/I MUST FIND THIS SICKNESS/FIND A CURE”. Imposible agregar algo más.


Son, pues, los demonios del Robert (¿o los nuestros?) quienes toman las riendas, armando casi siempre las composiciones desde la batería indolente y la voz-en-pena, en este vagabundeo por el inframundo privado de cada quien. Un sueño nublado y maligno, reeditado en el 2005 con un CD adicional conteniendo los consabidos demos, outtakes y tomas en vivo bajo el epígrafe de “Rarities 1981-1982”.

Con los años, dejé de ver a Juan Carlos, aunque la amistad entre nosotros se ha preservado. No pude grabar las cintas que me prestó en el 92, pero en el 97 conocí a otro gran admirador de La Cura. Gracias a Sebastián Pimentel, francotirador crítico de cine, melómano siempre dispuesto y entrañable camarada; accedí de nuevo a esa seminal terna -que redescubrimos juntos en inolvidables sesiones vespertinas, maravillándonos como si fuera siempre la primera vez. Como si su tiempo interior no fuese conmensurable con las tres décadas que se han desvanecido desde aquel lejano 1982...

Hákim de Merv


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