“En el principio estaba Eru, el Único, que en Arda es llamado Ilúvatar; y primero hizo los Ainur, los Sagrados, que eran vástagos de su pensamiento, y estuvieron con Él antes que se hiciera cosa alguna”.
Quien en alguna oportunidad se aventuró a afirmar que la fantasía era un género literario cuyo público es un pequeño y restringido grupo de románticos y soñadores, probablemente olvidó que fue niño alguna vez. Es errado mantener la creencia de lo así llamado “fantástico” como patrimonio de la mente infantil que descubre un mundo habitado por quimeras. Sabemos que los cuentos de hadas representan la historia del Hombre, en cuyos relatos se encuentran caracterizados los rasgos más profundos de la naturaleza humana -enfocados desde un punto de vista mágico y universal. En ellos, encontramos temas como la constante lucha entre las fuerzas del Bien y el Mal, el triunfo del Amor, el espíritu de aventura y la maravilla de la Naturaleza. Sus personajes suelen ser príncipes enamorados, madrastras perversas, demonios o ángeles planetarios. ¿Cómo privarse, entonces, de esa misteriosa facultad que posee la fantasía para alejarnos de la agobiante realidad de un mundo de maquinaria y contaminación? Ayudará a escapar del marasmo que produce la vida cotidiana echarle un vistazo a la vida y obra del escritor del género fantástico quizás más reconocido y admirado del siglo que se nos fue.
EL MAGO BLANCO
John Ronald Reuel Tolkien, hombre de letras y novelista, nace de padres británicos en el pueblo de Bloemfontein (Sudáfrica), el 3 de enero de 1892. Es educado en la escuela King Edward -donde aprende lenguas clásicas, anglosajón e inglés medio-, en la primaria St. Philip y en la Universidad de Oxford. Para analizar los libros escritos por Tolkien, uno debe observar su niñez y considerar su especial interés por los idiomas. Es poseedor de un gran talento lingüístico: tras estudiar galés antiguo y finlandés, empieza a inventar sus propias lenguas élficas. Tras graduarse en 1915 de Bachiller en Lengua y Literatura Inglesa, se une a la armada británica y combate en la batalla de Somme (Primera Guerra Mundial), donde mueren dos de sus tres amigos más cercanos. Antes de embarcarse para Francia, en junio de 1916, contrae matrimonio con el amor de su infancia, Edith Bratt. Deja el puesto eventualmente tras pasar la mayor parte de 1917 en el hospital sufriendo de “fiebre de trincheras”. Los años posteriores a la Gran Guerra son dedicados a su trabajo académico como profesor de anglosajón en Oxford, donde pronto demuestra ser uno de los mejores filólogos de su tiempo. Él y Edith tienen cuatro hijos, y es a ellos a quienes primero les cuenta el relato El Hobbit -el preludio de la “Trilogía de los Anillos”, publicada en 1938 por Sir Stanley Unwin. El Hobbit prueba ser tan exitoso que Sir Stanley pronto le pide que escriba una secuela. Pero no es hasta 1954, cuando Tolkien se acerca a su retiro, que el primer volumen de su obra maestra, El Señor De Los Anillos, es publicado -y su aterrador éxito lo toma por sorpresa. Tras su retiro, Ronald y Edith se mudan a Bournemouth, pero cuando Edith fallece en 1971, Ronald regresa a Oxford y fallece por causa de una breve enfermedad el 2 de septiembre de 1973, dejando su obra mitológica, El Simarillion, lista para ser editada y publicada por su hijo, Christopher.
SU CARRERA ACADÉMICA
J.R.R. Tolkien fue lingüista y literato de profesión. Su principal campo de acción fue el estudio del anglosajón (inglés antiguo) y su relación con lenguas similares (escandinavo antiguo, alemán antiguo, gótico), con especial énfasis en los dialectos de Mercia, esa parte de Inglaterra donde creció y vivió; pero además estuvo interesado en la Inglaterra de la Edad Media. Aparte de esto, Tolkien fue experto en la literatura sobreviviente escrita en estas lenguas. Ciertamente, su inusual habilidad para leer en simultáneo textos de fuentes lingüísticas y su propia literatura le dio perspectiva en ambos aspectos. Todos estos intereses -el lenguaje, la tradición heroica, el mito, la historia, y una verdadera y profundamente sustentada creencia y fervor a la devoción cristiana- fueron compartidos por su colega y amigo C. S. Lewis (autor de las Crónicas de Narnia), lo cual tuvo un efecto avasallador en la composición de las historias de ambos camaradas. Entre las obras más destacadas de Tolkien, descontando las ya citadas, se encuentran Las Aventuras De Tom Bombadil y El Granjero Giles De Ham.
CRÓNICAS DE LA TIERRA MEDIA
Tolkien fue el creador de la Tierra Media, el territorio de una ficticia y antigua era, habitado por toda clase de criaturas fantásticas: hobbits con agudísimos ojos y oídos, orcos perversos y demoníacos, trolls que abandonan sus cavernas durante la noche, dragones que roban y protegen tesoros descomunales, enanos dispuestos a recuperarlos...


Pero el mal sembrado por Morgoth no desaparece con él. Sauron, su más leal y poderoso sirviente (pues es un Ainur, también), ha quedado vivo -si bien ha debido humillarse ante los poderosos vencedores para seguir con vida. Después de este afrentoso episodio, Sauron anhela vengarse por la injuria. Su odio a los Elfos y -en especial- a los Hombres es cada vez mayor, de manera que se retira a Mordor, donde se hace más oscuro y poderoso.

De otro lado, todos los dragones que han existido en la Tierra Media fueron creados por Morgoth durante la Primera Edad. Los hay de tres tipos: aquellos que reptan como serpientes, otros que caminan como los hombres, y otros -los más maravillosos- que vuelan. Los dragones son criaturas astutas y crueles, capaces de razonar e incluso de soñar. Presumidos y autocomplacientes, todos parecen tener un “talón de Aquiles” o punto débil en el que es posible atravesar su armadura e infligirles un daño mortal.
IMPRESIONANTE TALENTO LINGÜÍSTICO
A través de toda la obra de Tolkien, incluso aquella que permaneció inédita mientras vivió el autor, podemos apreciar cuán reales son los lenguajes usados o glosados por sus principales personajes -especialmente los dialectos élficos sindarin y quenya. Éstos son dialectos con raíces consistentes, leyes fonéticas e inflexiones; en las cuales Tolkien vertió todos sus recursos imaginativos y filológicos. Además, muchas de estas lenguas fueron derivadas de un lenguaje “proto élfico”, reproducidas en un modo lingüísticamente realista. El sindarin era el dialecto élfico cotidiano, mientras que el quenya era una suerte de “latín” élfico. Muchas palabras élficas en El Señor De Los Anillos eran sindarin. Ejemplos: nombres de lugares en el mapa de la Tierra Media (Minas Tirith, Emyn Beriad), la canción para Elbereth cantada en Rivendel. El lamento de Galadriel, en cambio, era quenya. El idioma de Rohan, por otra parte, era un lenguaje real: el anglosajón. Los otros idiomas en la trilogía fueron mucho menos trabajados: entish (ent), khudzul (enano), habla negra (el lenguaje de Mordor). El aduanaico, lenguaje de Númenor, desarrollado en 1946 mientras concluía la trilogía, fue la decimoquinta lengua inventada por el autor.
La ficción que Tolkien buscó mantener era la siguiente: que, a saber, la trilogía El Señor De Los Anillos, El Hobbit y El Simarillion son en realidad antiguos manuscritos escritos por Frodo y Bilbo, respectivamente -textos de los cuales él era mero editor y traductor. Tolkien no lo declaró así de franco, pero es implícito en que muchas secciones de la trilogía son escritas fuera de la historia. Así, el prólogo está redactado plenamente por un editor moderno, describiendo un tiempo arcaico. Este concepto no es una idea original, ya que muchos autores han pretendido que sus fantasías eran historias verídicas de algún tiempo remoto. Pero pocos lo han hecho tan concienzuda y exitosamente como lo hizo Tolkien. El componente más efectivo de su pretensión, huelga decirlo, fue el aspecto lingüístico de la Tierra Media, al autocalificarse como traductor de los manuscritos. En el escenario, era evidente que los hobbits no pudieron haber hablado inglés (la historia toma lugar en un pasado remoto y ellos hablaban su propio lenguaje, llamado “westron” -también referido como la lengua común-). Tolkien “tradujo” este lenguaje al inglés, lo cual incluía derivar todos los nombres de lugares en lengua común a sus equivalentes en inglés.
Debido a que su interés, habilidad y amor por el lenguaje se manifiestan a cada nivel y en cada palabra de la trilogía; la obra de Tolkien es muy difícil de traducir a otros idiomas. Estos factores producen un resultado muy difícil -si no imposible- de duplicar. La ‘Guía de Nombres’ en las instrucciones de Tolkien para los traductores de la trilogía no intenta solucionar esto. En ella se extiende la lista de nombres en el índice y especifica cuál debe ser traducido (siendo lengua común) y cuál debe ser dejado sin modificar. Esto requería una traducción eficaz para conseguir el propósito deseado, pero eso sólo sería al principio. Reproducir los demás dédalos lingüísticos sería prácticamente imposible.
EL HOBBIT EN PANTALLA GRANDE

Cabe acotar que la trilogía de El Señor De Los Anillos tuvo como locación escogida a Nueva Zelanda, que, según los conocedores, es lo más parecido a la Tierra Media sobre la faz del planeta. A despecho de contar con un gran presupuesto y los últimos adelantos en efectos especiales, el reto -cumplido- de Jackson fue resumir toda esa maraña de aventuras logrando satisfacer por igual al público, a los fans y a las demandas del circuito comercial.
La magistral obra de J.R.R. Tolkien está catalogada como un monumento épico que constituye verdaderas piezas mitológicas en pleno siglo XX. En palabras del propio C.S. Lewis, “Un relámpago en un cielo claro que representa la conquista de un nuevo territorio”.
La magistral obra de J.R.R. Tolkien está catalogada como un monumento épico que constituye verdaderas piezas mitológicas en pleno siglo XX. En palabras del propio C.S. Lewis, “Un relámpago en un cielo claro que representa la conquista de un nuevo territorio”.
Jorge Antonio Buckingham
Eliana Esparza
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