—¿Que dices? —inquirió Fad, un miembro
muy especial de la Casta de los Sacerdotes, y acercó su cabeza hacia mí como si
no hubiera escuchado bien mi respuesta— ¡Así es! —exclamó dándome una palmada
en el hombro con su delgado brazo—. Exactamente, muchacho. Satisfacciones como
esta son las más grandiosas recompensas que se obtienen por una vida
dedicada al estudio y a la enseñanza.
Pero, no te emociones mucho, que aquí te esperan más tablillas listas para ser
memorizadas.
—Si no tengo otra alternativa —dije.
—¡Observa a tu alrededor! —exclamó
complacido, e hizo un gesto de deleite. Probablemente no encuentres en todo
Tyamath una biblioteca tan completa como esta. Los estantes de la sala estaban
cubiertos de tablillas; la mesa sobre la cual nos apoyábamos también contenía
algunos pergaminos Una de las ventanas había sido abierta para brindarnos
ventilación. Debajo de la mesa había un brasero con carbones ardientes que nos
calentaban los pies.
Fad tenía la cabeza rapada y vestía de blanco (como es propio
en los miembros de su casta), y sus ojos ligeramente alargados, reflejaban un
semblante afable y perspicaz. Su voz era grave y era difícil saber cuándo
bromeaba o estaba serio, si uno no lo conocía lo suficiente. Empecé a sentir afecto por este
singular maestro. Percibía en él algo que despertaba mi admiración: práctico y
con sentido del humor. Una pasión por el estudio el cual con el tiempo se torna
en un hábito motivador. Ese amor por sus textos, y por los hombres que los
habían escrito, era lo que en más me cautivaba.
Fad cogío una de las numerosas
tablillas, y apoyándose la colocó en el dispositivo para la lectura, un marco
de plástico con visores a ambos lados.
—¡Alek! —exclamo al tiempo que señalaba
un signo con su dedo índice. — Alek.
—Alek —repetí.
Nos miramos y comenzamos a reímos
satisfechos. Y así fue como empecé a aprender el alfabeto tyamatha.
Las semanas siguientes me depararon
bastante trabajo, sólo fueron interrumpidas por pausas para el descanso. Mis
maestros fueron Eduardo Laredo y Fad, pero cuando empecé a familiarizarme con
el idioma, se sumaron varios otros que me impartían enseñanzas sobre diversas
materias. Fad, en realidad, sólo había aprendido el español como práctica y
diversión, ya que no se hablaba en ninguna parte del planeta; era obvio que le
gustaba expresar sus pensamientos en un idioma totalmente extraño.
Mi formación abarcaba, junto al saber
intelectual, el conocimiento de las armas y el uso de otros numerosos
instrumentos, tan familiares a los tyamathas como entre nosotros son los
relojes y las teléfonos móviles. Fad me había dicho escuetamente: —Debes
ocuparte de la historia y leyendas de Tyamath, de su geografía y economía, de
sus estructuras sociales y costumbres, como puede ser el sistema de castas y
los grupos de clanes, el derecho a edificar el Templo del Hogar, el Lugar
Sagrado, el derecho militar, etcétera.
Me produjo mucho entusiasmo cuando me
enteré que Tyamath también era un esferoide. Algo más pesado en el hemisferio
oriental. La inclinación de su eje era algo menor que la de la Tierra. Tyamath
cuenta con dos hemisferios, entre las cuales se extendían, al este y al oeste,
zonas de clima templado. Descubrí que una gran parte del planeta
era territorio inexplorado. Aun así me costó bastante aprender de memoria los
ríos, mares, llanuras y penínsulas conocidos.
Las reglas éticas en Tyamath se hallan
conservadas en las costumbres de las castas. Me educaban especialmente de
acuerdo con el código de la casta guerrera. La enseñanza religiosa se reducía a
la adoración de la Madre Tierra. En este mundo, la religión es un tesoro
guardado con celo por la Casta de los Sacerdotes. En pocas ocasiones permiten la participación
de miembros de otras castas en sus sacrificios y ceremonias. También existían
vínculos comunes entre esta y la de los guerreros.
Recibí instrucciones acerca de la
Sabiduría Arcana: el corpus de los intelectuales en particular. Se hacía creer
a los hombres de las castas inferiores, que el mundo es un disco ancho y plano.
Probablemente, se pretendía de esta manera evitar todo intento de indagación.
Por otra parte, las castas elevadas —Sacerdotes y Guerreros y sus respectivas
subcastas conocían la verdad acerca de estos temas.
—La ciudad-estado —comentó Fad una
tarde— es la unidad política común en Tyamath, ciudades rivales que controlan
el territorio adyacente, rodeadas por una tierra de nadie, compuesta de
territorios libres.
—¿Cómo se determina el gobierno en
estas ciudades? —pregunté.
—Los dirigentes
son elegidos entre los miembros de cualquier casta elevada. Fruncí el ceño.
—¿Sólo de las castas elevadas?
—El sistema de
castas —respondió mi maestro pacientemente— es relativamente rígido, y no
depende exclusivamente del nacimiento. Por ejemplo, cuando un niño en la
escuela demuestra que está en condiciones de pertenecer a una casta más
elevada, esto se le concede. Existe también el caso contrario; es decir, cuando
un niño no logra el nivel que se espera de él como miembro de su casta.
—Comprendo —dije, sin sentirme realmente convencido.
—Las castas elevadas de cada ciudad
—prosiguió Fad— eligen por un tiempo determinado un administrador y un consejo.
Si surge una crisis, se nombra un jefe religioso y militar, un Incal, que
ejerce la totalidad del poder, hasta que a su entender la crisis ha pasado.
—¿A su entender? —pregunté con escepticismo.
—Generalmente los Incales renuncian a
su cargo después de la crisis. Esto es parte del código de los guerreros.
—¿Qué es lo que ocurre cuando no renuncian
a su cargo?
—Si un Incal no quiere dimitir, por lo
general es abandonado por su gente. El líder político se queda solo en su
palacio, a merced de las masas populares.
—Sin embargo —continuó Fad—, a veces un Incal logra conquistar el
corazón de sus hombres, quienes permanecen a su lado. Entonces se convierte en
tirano y gobierna hasta que es derribado por la fuerza de una u otra manera.
Las facciones de Fad se habían endurecido. —Hasta que es derribado por la
fuerza —repitió lentamente.
En el aspecto económico la vida
tyamatha se basaba en el trabajo del cazador, quizá la actividad más primitiva,
pero también la más sólida. El alimento básico era un grano amarillo, llamado
La-Varna, hija de la vida. Resulta interesante señalar que a la carne se la llamaba
La-Vassna, lo que significa madre de la vida. Además, en el lenguaje corriente,
La-Vassna servía para designar el alimento en general. Esto parecía sugerir que
los tyamathas alguna vez, en épocas anteriores, se habían alimentado mayormente
de las reses.
Las
distinciones clásicas del conocimiento en Tyamath tienden a seguir las líneas
de castas. El Conocimiento Básico se considera más apropiado para las castas
más bajas y la Sabiduría Arcana para las superiores. Existe un Conocimiento
Supremo: el de los Annu-ki. Sin embargo, las distinciones entre el conocimiento
tienden a ser algo imperfecto y artificial. La Sabiduría Arcana está prohibida
a las castas más bajas. Es un cuerpo de verdades secretas o celosamente
guardadas para las clases populares.
Fue muy riguroso mi entrenamiento con
la corta y ancha espada tyamatha. En Lima había practicado judo, y contaba con
algunos conocimientos básicos en defensa; pero ahora la cosa iba realmente en
serio. También aprendí a manejar la espada con ambas manos. En el transcurso de
mi aprendizaje, Valian el Fuerte me hirió más de una vez. Cuando lo hacía,
solía decir provocándome dolor: —¡Defiéndete bien!— Hacia el final de la etapa
de entrenamiento logré provocarle una herida en el pecho. Retiré mi espada,
cuya punta estaba manchada de su sangre. Valian arrojó su arma al suelo con
estrépito y me atrajo riendo hacia su pecho.
—¡Estoy muerto! —bramó triunfante. Me
palmeó los hombros, orgulloso de mi coraje.
Hubiera deseado que mi equipo se viera
completado por una cota de malla, pero me enteré que estaba prohibida por los
Annu-ki. Tal vez el motivo de esto residía en el deseo de que la guerra
siguiera siendo un proceso de selección biológica, en el cual los débiles y los
lentos sucumben. Esta también puede ser la explicación de las armas primitivas
que les estaba permitido usar a los hombres que habitaban en las regiones
agrestes de la Madre Tierra.
Un
día, a la hora de mis lecciones, Valian el Fuerte entró en mi habitación
trayendo consigo una barra metálica de unos sesenta centímetros de largo, que
tenía un lazo de cuero en un extremo. En este aparato se
advertía una especie de conmutador. De su cinturón colgaba un instrumento
similar. —Esta no es un arma —dijo—. Tampoco está permitido utilizarla como
tal.
—Pero entonces ¿qué es?
—Es un fuete de
vallak —respondió. Se ajustó el conmutador más pequeño y tocó la mesa con él.
Innumerables chispas saltaron despidiendo un color amarillento hacia todas
direcciones, sin dejar ningún rastro sobre la mesa. Valian desconectó la barra
y me la acercó. Cuando extendí la mano para cogerla la conectó y me la puso en
la mano. Infinitas estrellas amarillas parecían explotar en mi mano. Grité
asustado y me llevé la mano a la boca. Había sentido algo similar a una fuerte
descarga eléctrica. Revisé mi mano; no presentaba ninguna herida.
—Cuídate de un
fuete de vallak —dijo Valian el Fuerte—. No es juego de niños.
Recogí
lentamente la barra, cuidando asirla cerca del cabo y coloqué la correa de
cuero alrededor de la muñeca.
Valian el Fuerte
abandonó la habitación; evidentemente yo debía seguirlo. Subirnos la escalera
de caracol que ascendía por la parte interior de la torre cilíndrica. Después
de atravesar varias docenas de pisos llegamos al techo plano del edificio. El
viento azotaba la superficie circular y me empujaba hacia el borde. No había
ninguna barandilla. Hice fuerza para no ser arrastrado por el viento mientras
me interrogaba qué habría de suceder ahora. Cerré los ojos. Valian el Fuerte
sacó un silbato de vallak de su túnica y se oyó un silbido penetrante.
Yo
nunca había visto un vallak, con excepción de las representaciones gráficas en
mi habitación y en libros en los cuales se caracterizan los “pegasos” de la
mitología griega. No me habían preparado expresamente para enfrentar esa
situación, como lo habría de saber más tarde. Los tyamathas creen que la
capacidad de dominar un vallak tiene que ser adquirida. Es posible aprenderla.
Es cosa de nobleza y de la virtud, del vínculo entre animal y ser humano, una
relación entre dos seres que debe darse progresivamente. Se supone que un
vallak sabe exactamente quién es un jinete y quién no lo es. Se dice que quien
no demuestra ser un buen jinete es atacado por el animal en el primer
encuentro que tiene con su caballo de combate.
Por de pronto
sentí sólo un poderoso soplo de viento y escuche un ruido jadeante,
ensordecedor, como si un gigante hiciera restallar una toalla; luego,
estremecido de emoción, me acurruqué bajo una gran sombra alada. Un vallak
enorme, con patas relucientes, batiendo salvajemente sus alas en el aire, se
mantuvo rígido por encima de nosotros.
—¡Cuidado con las alas! —exclamó Valian
el Fuerte.
La advertencia
fue obvia; apresuradamente me hice a un lado. Un golpe de esas alas me habría
arrojado al vacío.
El animal
aterrizó sobre el techo del cilindro y nos contempló con sus negros ojos
majestuosos.
A pesar de que
el vallak, lo mismo que la mayoría de los equinos, es sorprendentemente ligero
—lo que se debe, en primer término, a sus huesos huecos— es un caballo sumamente
vigorosa, El vallak, con su increíble musculatura, puede ascender con su jinete
solamente con un rápido estremecimiento de sus alas enormes. Para ello, también
se ve favorecido por la menor fuerza de gravitación de Tyamath. Los tyamathas
suelen llamar a estos caballos «hermanos del viento».
El
pelo del vallak no es siempre el mismo, y se los cría teniendo también en
cuenta su colorido, y no solamente su fuerza e inteligencia. Los vallak negros
se utilizan para asaltos nocturnos; los blancos, para campañas militares
invernales. Por su parte, los guerreros que desean impresionar y no tratan de pasar
camuflados prefieren vallak de variados colores relucientes. El vallak común
tiene un plumaje marrón verdoso.
Los vallak,
nobles por naturaleza, no están por lo general más que medianamente domesticados
y, lo mismo que sus primos terrestres, son herviboros. En más de una ocasión un
vallak ha llegado a atacar y arrojar al vacío a su propio jinete. Sólo temen al
fuete de vallak. Son entrenados por hombres pertenecientes a la Casta de los
Vallak. Cada vez que un caballo joven se escapa o desobedece, es obligada a
volver a su percha y se la castiga con el fuete. Más tarde, por supuesto, los
caballos son desatados, pero un lazo en la pata ha de recordarles este castigo.
Generalmente el entrenamiento da resultados positivos, excepto cuando el animal
está sumamente agitado o ha estado mucho tiempo sin beber agua.
El vallak se
cuenta entre las dos cabalgaduras preferidas del guerrero tyamatha; la segunda
es el saforius, una especie de lagarto, utilizado especialmente por los clanes
que no saben manejar los vallak. Por lo que yo sabía, nadie en la ciudad de los
cilindros poseía un saforius, a pesar de que, según decían, eran muy frecuentes
en Tyamath, especialmente en las llanuras, los pantanos y los desiertos.
Sospechaba que mi entrenamiento estaba
llegando a su fin —quizá porque mis períodos de reposo se iban haciendo más
largos; o por la actitud de mis instructores. Sentía que estaba casi preparado,
casi listo pero no tenía la menor idea del motivo de mi transporte a Tyamath.
En esos días me producía un placer especial el hecho de dominar la lengua
tyamatha. Empecé a soñar en tyamatha y a lograr entender a mis maestros cuando
hablaban entre sí.
También pensaba
en tyamatha y debía hacer un pequeño esfuerzo cada vez que deseaba volver a
pensar o hablar en español. En cierta oportunidad llegué a blasfemar en
tyamatha, lo que le hizo mucha gracia a Valian el Fuerte. Indudablemente, había
aprendido mucho en los últimos días Sí, mucho. Quizás demasiado.
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