SLOWDIVE: UN VUELO IMPERECEDERO HACIA EL ESPACIO DE LA ESTACIÓN ETÉREA

24 de enero de 2014

 

Souvlaki
(Creation, 1993/1994)


Odio a Slowdive más que a Hitler”. Llevo más de 15 años escuchando este disco y a este grupo. No se me ocurre cómo, bajo ningún punto de vista, alguien puede odiarlos. Quizás una frase así -espetada por el beligerante Richey Edwards de los entonces beligerantes Manic Street Preachers, circa The Holy Bible, 1994- necesite un contexto para entenderla. Pero aún con ello, no lo comprendería. Lo mismo va para todo aquel crítico que tachó de “vacío sin alma” a este puñado de gemas con las que gustoso volví a deleitarme para este post.

Para inicios de los noventas, la escena del Reino Unido había estallado en millones de pedazos. El cabal big bang producido por la furia indómita de ruido y trallazos guitarreros del Loveless (Creation, 1991) de My Bloody Valentine permanecía inmanente en los oídos de la muchachada británica. Enumerar actos como Ride, Lush, The Boo Radleys, Curve y Pale Saints; es lo más natural para sindicar aquellos sonidos que dieron forma a los primeros años de una década que significó el despertar sónico de una juventud que no encontraba nada rescatable mirando hacia atrás -pertenecientes a sellos indies, y con una propuesta que, ante los oídos de los recién llegados, se optó por denominar "shoegazing".


Desde Reading, cuatro muchachones y una señorita se hicieron notar apenas empezados los noventas con 3 EPs que daban cuenta de un talento singular y una instrumentación que impuso al dreampop por sobre la espesura rave que pululaba entonces. Aprendiendo las lecciones dejadas por quienes los precedieron -además de MBV, hay que mencionar a Cocteau Twins y por ahí a los Galaxie 500-, esto es, el trabajo concienzudo en las guitarras, feedback, cadencias hipnóticas y voces etéreas; Slowdive se muestra como el grupo que tomó el estandarte de las canciones abrazadas por un remolino guitarrero y una vocalización casi indistinguible para llevarte a un estado sublime donde nunca antes habías puesto pie.

En términos compositivos, Souvlaki representa un gran paso adelante respecto a su predecesor, el debut Just For A Day (1991, grabado cuando todos apenas pasaban la veintena de años). Neil Halstead elabora composiciones en las que trata de no apabullar al oyente con murallas de guitarras, sino dotar de una textura seductora y misteriosa a cada canción, sostenido en el pedal de turno. Todo esto, apoyado con el inconmensurable susurro de Rachel Goswell, capaz de llevarte fuera de este mundo a los pocos segundos de someterte a su preciada voz, y de una franca y bien entendida experimentación guitarrera.

Brian Eno es otro de los nombres clave para la placa: inicialmente solicitado por la banda para producir el disco, él decide simplemente escribir junto a Halstead la canción “Sing”, además de adornar con sus consabidos retoques ambientales a la impresionante “Here She Comes”. Pero, como vemos, no haber contado con Eno en las perillas no significó en lo absoluto un lastre para sus aspiraciones, que supieron plasmar en uno de los mejores discos de aquel año -y, por supuesto, de esa década.


“Alison” es el track inicial (y único single de este maravilloso disco), el que marca el despegue de nuestra travesía hacia lo etéreo. Las armonías de Goswell y Halstead se conjugan logrando que la sensación de levitación sea inminente. Pero es cuando llega “Machine Gun” que nuestro cuerpo ya no puede contenernos. Nuestro ser se dispara más allá de lo concebible. Nuevamente con la alternancia vocal entre Goswell y Halstead, la canción surca nuestros poros guiada por guitarras que abren nuestra alma de par en par insuflándonos de delays hasta reventar. La vitalidad y belleza que emanan de estas canciones, en uno de los mejores arranques de disco que nadie se pueda imaginar, reflejan la justa ambición que Slowdive pretendía con su arte. “40 Days” cierra este inicio no diría vertiginoso pero sí intenso, que captura totalmente la atención del oyente, para luego invitarlo a apreciar otras aristas que la banda mostraría.


Los temas con Eno no tienen pierde. Representan una disminución es las revoluciones, pero es todo lo contario en el aspecto emotivo: “Sing” (con el protagonismo vocal de una hipnotizante Rachel) y “Here She Comes” (aquí el turno para las voces es de Neil) sirven como el foreplay ideal para el clímax, y dan paso a uno de los tracks más alucinantes del disco, “Souvlaki Space Station” -delays que hacen amagues en el arranque, como si tratase de calentar motores, para luego despegar al infinito. Un maëlstrom shoegaze básico para entender el género y que acomete sobre ti dejándote cada centímetro de piel excitado. Las velocidades aumentan con la fenomenal “When The Sun Hits”, haciendo gala de esa espectacularidad sónica que te embiste hasta saciarte.



Hacia el final, “Altogether” (pudieron haber prescindido de esas palmas, chicos) y “Mellow Yellow” nos sirven como soundtrack para volver a Tierra, pero siempre echados sobre el suelo, mirando la inmensidad de lo eterno... El cierre acústico del álbum viene con la delicada “Dagger”, tema con el que más de uno, estoy seguro, ha soltado una lágrima -en su letra, se supone, Halstead habla sobre su ruptura con Goswell. La edición de 1994 incluía temas extras que no desmoronan el espíritu original de esta producción, entre los que destacan la reelaboración shoegaze de “Some Velvet Morning”, de Lee Hazlewood, y el ejercicio ambient de “Good Day Sunshine”.


El desenlace de toda esta travesía musical no sería todo lo ensoñador que uno podría haber alucinado. Los roces entre el sello y Halstead se magnificaron. Además, semanas antes de ingresar al estudio para grabar lo que vendría a ser su tercer y último disco (y que, valgan verdades, prácticamente fue obra y gracia de Neil), el baterista Simon Scott decide marcharse: Pygmalion, el nombre del a la larga disco final de Slowdive, adquiriría un tenor más ambient para suplir su ausencia. No se repetiría el suceso apabullante de Souvlaki en cuanto a impacto musical (las giras de promoción eran un desastre), y su sello, la crítica y el público prescindirían de ellos, en favor del big bang norteamericano: el grunge. Y de la nueva vedette de Creation y el britpop... Oasis.

El tiempo lo ha colocado en el sitial que merece. A pesar de que nunca dejó de estar entre nuestros preferidos de toda la vida, hubo quienes en su momento lo ningunearon sin asco. A ellos les decimos que Souvlaki es uno de aquellos discos que dejó su marca indeleble entre todos los que buscamos en la Música un refugio donde protegernos del inútil escapismo mundano -un vehículo en el cual transportarnos a un espacio celestial, en el que cada movimiento, con una cadencia gentil, nos hace sentirnos en la gloria. Para nuestra alegría, los chicos parecen haber sugerido una futura reunión en sus redes sociales (su cuenta de Twitter ha estado en boca de todos por estos días), lo que, de confirmarse; hará que este 2014 se convierta en inolvidable. Próxima estación, Souvlaki.

Cristhian Manzanares


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