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SMOG: BARÍTONO DE LA REDENCIÓN

30 de noviembre de 2012

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A River Ain’t Too Much To Love
(Domino, 2005)


¿Qué tanto se puede decir después de 11 discos? ¿Qué piel puedes trashumar para, a través suyo, sonar totalmente convincente en una nueva entrega? ¿Cómo podría sorprendernos una vez más el solitario y bamboleante Bill Callahan? ¿Dejaríamos todo lo que tenemos en la ciudad, la comodidad de la modernidad, para abandonarnos a una búsqueda personal por los bosques, lo vasto de la naturaleza, lo impredecible del campo agreste? ¿Acaso nuestra realidad no es una transfiguración de esa realidad campestre, extrapolada a esta jungla de cemento y asfalto?


“Palimpsest” es la primera de esta decena de respuestas hechas canción que el buen Callahan nos presenta bajo su alias de Smog. Es el telón arriba de un disco que, defensa de parte, suena “a él”. Y suena bien. Igual de íntimo y personalísimo, pero ahora sí, después de mucho tiempo, poniéndole su rostro y humanidad a todo lo que aquí escucharemos. Eso sí, más allá de algún rollo conceptual que se pueda notar -aunque sea sólo vagamente-, en A River Ain’t Too Much To Love la vibra generada es la de una lumbrera que tiene enorme talento y decide compartirlo bajo la compañía de una fogata (de ahí los títulos y su asociación a árboles, tierra, agua, y campo).

Su confesional apertura es frontal: “Why’s Everybody Looking At Me/Like There’s Something Fundamentally Wrong/Like I’m A Southern Bird/That Stayed North Too Long”. La voz barítona de Callahan es capaz de oscurecer todo un bosque, pero para que podamos ver las estrellas que se posarán encima. Inconfundible como es, sin embargo, despierta un carisma que hace que estés atento a todo lo que tiene que decirte, aún sin salirse de su estilo lo-fi (al que más apego ha sentido), hecho de spoken word y guitarras repetitivas -aquí ya asociadas directamente a una onda country/folk en la que se desenvuelve con impensada naturalidad. Esto, muchos años antes de que actos indies impongan lo folkie como “in” dentro del mainstream pop actual (Iron And Wine, Fleet Foxes, Mumford And Sons et al).

Uno va escuchando A River... como quien se siente embrujado por el sonido del viento sobre las hojas caídas debido al otoño. Se enreda en ellas y las sigue como embobado, cual mosquito directo a la luz neón. El sonido de la Americana se vuelve su aliado, y su acústica acomete en narraciones sobre experiencias humanas en la naturaleza, con un mensaje que va más allá y que sinceramente agradeces. “Say Valley Maker” menciona un río, sí, pero luego Callahan te dice “So Bury Me In Wood/And I Will Splinter/Bury Me In Stone/And I Will Quake/Bury Me In Water/And I Will Geyser/Bury Me In Fire/And I’m Gonna Phoenix/I’m Gonna Phoenix”. Brutal.


Las confesiones se tornan más lóbregas con la monumental “Rock Bottom Riser”: “I Bought This Guitar/To Pledge My Love/To Pledge My Love To You/I Am A Rock/Bottom Riser/And I Owe It All To You”. Una conmovedora historia de caída y resurgimiento que sólo suena convincente salida de la boca, la humildad y el genio de Callahan. Estamos hablando de una de las mejores canciones que se hayan escrito en la primera década del siglo 21. No menos que eso.


Este nervio confesional se sostiene con la más ligera (pero igual de impactante) “I Feel Like The Mother Of The World”, que para fines mediáticos contara con la bellísima Chloë Sevigny en el respectivo videoclip. Una evocación a su niñez y al recuerdo de días que parecían más llevaderos que los que hoy tenemos que enfrentar. También solté una lágrima cuando le oí cantar “When I Was A Boy I Used To Get Into It Bad With My Sister/And When The Time Came To Face The Truth/There’d Only Be Tears And Sighs/Tears And Sighs/And My Mother, My Poor Mother/Would Say It Does Not Matter/It Does Not Matter/Just Stop Fighting”.


La impronta folk se mantiene incólume gracias al cover de “In The Pine”, canción tradicional presumiblemente de origen desconocido que medio planeta volvió a conocer gracias al cover de Lead Belly -y que Nirvana popularizara en el cierre de su bendito Unplugged (publicado en 1994). La versión de Smog es sosegada, sin la visceralidad interpretativa de Cobain, pero muy acorde con todo el espíritu apacible del A River... Te demuestra que es posible darle una vuelta más a la tuerca y no perder un ápice de credibilidad ni talento.

El cierre, sosegado como casi todo el disco, llega pacientemente con “Let Me See The Colts”, clase magistral de guitarra slide y estupendo acompañamiento de armónica (un  instrumento  al  que  personalmente, junto al saxo, siempre le tenido -quizás injustificadamente- mucha reticencia). La tarola empuja sus redobles durante todo el track dándole una versatilidad que lo eleva sobre el promedio y le convierte en un final memorable. Dirías que en el fondo son canciones tristes, pero no, hay luz al final, hay verde luego del gris, será de noche pero iluminado con brillantes estrellas. Nos pesará la vida que llevamos hoy, pero recuerda, hay redención.

A River Ain’t Too Much To Love fue producido por el mismo Bill y grabado junto a Connie Lovatt en el bajo y Jim White en la batería, en los estudios de Willie Nelson en Texas (con razón...) en apenas 10 días. Para registrarlo, se usó instrumentación básica pero muy del folk (incluyendo el dulcémele y la fídula, más conocida por acá como vihuela), y contribuyó ocasionalmente Thor Harris de Shearwater, así como a Joanna Newsom, su compañera de sello entonces (al piano en una canción). Cierto, todo este background es suficiente como para darte la mejor idea de si meterle diente o no al disco, pero hablamos de uno de los cantautores independientes más dedicados y honestos de la escena norteamericana. A River... es un triunfo dentro de su estética y exploración. Así que la respuesta es obvia. Bienvenidos a la fogata.

Cristhian Manzanares


ESCUCHA EL A RIVER AIN’T TOO MUCH TO LOVE AQUÍ

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EL SALÓN DE LOS ESPEJOS

16 de noviembre de 2012

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Los espejos y la cópula
son abominables,
porque multiplican
el número de los hombres.

Jorge Luis Borges


La residencia del eminente profesor Martin Beckham era tan grande como la vanidad de Odette Le Monde. Su antigua casona se encontraba ubicada en el corazón del campo, a las afueras de la ciudad de Londres. A ocho y a veinte millas de la oficina de correos y la estación de ferrocarril más cercanas, respectivamente. La arquitectura era de estilo victoriano y el perímetro de la mansión, a su vez, estaba rodeado por verdes praderas que hacían de la construcción un lugar acogedor y apacible para alejarse de las perturbaciones de una ciudad cruel y contaminada.

Durante el transcurso de su vida, quien otrora había sido Odette Le Monde jamás podría olvidar aquella noche de lluvia cuando arribó, tras un viaje de casi tres horas, a las afueras de la mansión Beckham, a bordo de su Mercedes Benz blanco: el chofer se apeó del asiento -con una expresión de rigidez en su rostro- y abrió la puerta trasera para que ella pudiera bajarse del auto. Luego se dirigió a la maletera del Mercedes Benz, sacó el equipaje y la acompañó hasta la puerta de la vieja casona. La lluvia se había vuelto más densa en las últimas horas.

-¡Pero qué lluvia tan atroz! Fíjate, Pierre, qué tales gotas. Parecen diamantes. Gracias a Dios existe un invento que se llama paraguas. No me agradaría para nada estropear mi traje de noche.
-Desde luego que no, mademoiselle. De todos modos, le sugeriría que una vez adentro se vaya a acostar lo más pronto que pueda. El viaje debe haberla dejado muy agotada y tampoco queremos que pesque un resfrío en una noche como ésta.
-No te preocupes por mí, Pierre. Eso es exactamente lo que había pensado hacer.
-Entonces hasta la vista, mademoiselle Odette. Que tenga una agradable estadía.
-Gracias, Pierre.

Mademoiselle Odette Le Monde, en esos días de frivolidad farandulera, era una fina y engreída top model de la alta sociedad parisina. Sabiéndose bella y elegante, estaba acostumbrada a salirse siempre con la suya, especialmente con los hombres, algunos de los cuales eran capaces de satisfacer cualquiera de sus caprichos con tal de conquistarla. Odette Le Monde se sentía dichosa de pertenecer a un mundo plástico y hueco, donde las apariencias eran lo más -sino lo único- significativo. No era su deseo pertenecer a nadie más que a ella misma. Consideraba que el amor no era lo más importante en su vida, y quería dedicarse exclusivamente a su carrera como modelo. Una pareja a sus veintitrés años sería un estorbo. De hecho, no quería depender de ningún hombre. Se creía libre y autosuficiente. Si algo deseaba, lo conseguía: así de simple. La magnitud de su egocentrismo llegaba a tal punto que la fama y el lujo no representaban gran cosa en su vida -tan sólo algunas de las muchas recompensas que una obtenía por el simple hecho de formar parte del circulo de “la gente bonita” (“the cool life style”, dirían al otro lado del continente). Ahora estaba a pocas horas de satisfacer su más extravagante y descabellado capricho: apreciar su propia belleza en el famoso Salón de los Espejos del profesor Martin Beckham.

Al llegar al portal de la residencia del profesor Beckham, aquella dama proveniente del Centro Internacional de la Moda se sintió algo mortificada. Una gota de lluvia había caído en su rostro de muñeca y corrido su maquillaje. Hizo un gesto de fastidio, sacó de su bolso un espejo de mano y una polvera, y empezó a reparar cuidadosamente una parte de lo que la lluvia había mancillado: la fuente principal de su fama y fortuna.
El comedor de la mansión estaba lujosamente amoblado. Las sillas eran de estilo Luis XV, y algunos de los cuadros que decoraban las paredes representaban paisajes nipones y motivos bucólicos. La cena estaba casi por terminar y Odette Le Monde estaba adormecida por el vino y el cansancio producto de tan pesado viaje desde el aeropuerto de Londres.

-Debería confesar que me resulta un placer exquisito tener como huésped a una mujer con una belleza tan deslumbrante como la suya, mademoiselle Le Monde- elogió caballerosamente el profesor para continuar con la conversación en un francés casi perfecto.
-Es una lástima que no sea la clase de placer que usted esperaría, profesor Beckham- sus ojos turquesa fulgieron con un brillo casi imperceptible.

El preclaro hombre de letras entendió la ironía y la intención encapsulada dentro de esas palabras y, lejos de sentirse ofendido, lo tomó como una señal de coquetería por parte de ella.

-Es también una lástima que algunas veces haya ciertos placeres que no se encuentran al alcance de los “bellos” mortales.

La distinguida modelo se sintió herida en su orgullo, pero continuó con el juego.

-Por el contrario, que existan placeres asequibles sólo para unos cuantos mortales es lo ideal. Esos placeres se convierten en pasiones, como su pasión por coleccionar antigüedades, por mencionar un ejemplo.
-En efecto, ser anticuario me ha proporcionado mucho goce durante estos años de soledad, pero usted debería saber que ésa no es la única de mis pasiones. Podría mencionar mi pasión por la gastronomía, por la música...
-De todos modos, son aficiones que yo no comparto. Lo mío es el modelaje. Y ahora, si me disculpa, debo ir a acostarme. Me encuentro terriblemente cansada. Si tuviera la gentileza de llamar a su ama de llaves para que me conduzca a mis habitaciones...
-Mrs. Lansbury en este momento se encuentra dormida. Sin embargo, yo mismo me haré cargo de conducirla hasta su dormitorio.

Una vez frente a la puerta del aposento:

-Creo que no hace falta decirle que puede dormir todo lo que su cuerpo le exija. Más adelante le mostraré el resto de la casa para que empiece a sentirse familiarizada con las demás habitaciones. La estaremos esperando mañana para tomar el desayuno.
-De acuerdo. Hasta mañana.
-Descanse lo suficiente.
-Gracias.

A la mañana siguiente, Odette Le Monde bajó a desayunar al mediodía con el profesor Beckham. Había dormido casi doce horas, mas aún así su actitud parecía decir que no había descansado lo suficiente. Se encontraba fastidiada por algún motivo, o quizás por ninguno. Durante el breve intercambio de frases que ambos sostuvieron, el profesor pudo percibir evidentes muestras de altanería en sus palabras -pero, detrás de esa arrogancia, la dama frente a sus ojos ocultaba un rostro distante e inasequible.

El profesor Martin Beckham era un hombre de edad madura. En su rostro afable y apuesto, estaban las huellas de una vida dedicada a la literatura y al estudio de saberes arcanos. De hecho, se veía bastante joven para haber obtenido el título de Profesor Emérito del Magdalen College de la ciudad universitaria de Oxford. Su edad aproximada sería cuarenta y dos años, aunque probablemente pudiera ser mayor de lo que aparentaba. Hacía ya varios años que su esposa había fallecido, poco tiempo después de su matrimonio, dejándolo sumergido en una soledad compensada únicamente por la compañía de la señora Lansbury, su fiel ama de llaves, y las visitas periódicas de ciertos grupos de turistas, quienes venían eventualmente a conocer las curiosidades que la mansión Beckham tenía reservado para ellos. La residencia, perteneciente a una época perimida, era una mansión majestuosa que requeriría de un séquito de sirvientes para su mantenimiento. A excepción de la señora Lansbury, una cocinera, un chofer y dos jardineros; la mansión Beckham no contaba con demasiado personal doméstico, y a veces resultaba imposible encontrar servicio -hecho que había ocasionado algunos problemas en el matrimonio Beckham antes que el profesor quedara viudo.

En ese momento, un par de jardineros emparejaba los resplandecientes céspedes, podaba los excelsos setos de azaleas color rojo, y quitaba las frondas secas de los altísimos pinos situados dentro de la casa. La señora Lansbury se ocupaba de dirigir y supervisar las labores domésticas. Mantenía a raya el polvo y las telarañas, ayudaba a la señora que preparaba las comidas, seleccionaba y escanciaba los vinos que tanto apreciaba el profesor, ponía en orden la enorme cantidad de libros de la gran biblioteca, arreglaba y cuidaba los magníficos muebles o las valiosas obras de arte.

La mansión Beckham era de aquella clase de palacetes que suelen aparecer en guías turísticas o en documentales históricos. De ella se contaban historias más misteriosas y extraordinarias aún que la que el lector ahora lee. Estaba llena de habitaciones que iban de lujosos salones a amplios y confortables dormitorios, comunicados por largos e interminables pasadizos y una gran cantidad de puertas que conducían a recámaras vacías.

Cuando la noche había caído sobre la mansión, Odette Le Monde abandonó su dormitorio y se dirigió en busca del profesor Beckham. El pensamiento de todos esos pasadizos que iban de una a otra parte de la casa, la gran cantidad de puertas conduciendo a recamaras vacías, escaleras de caracol y sombras en los rincones; la hacía sentir algo intimidada. Pero la idea de lograr su objetivo era más fuerte que todos sus temores. Al cabo de diez o quince minutos, lo encontró en la biblioteca.

-Vaya, ahí estaba, Profesor. Lo he estado buscando por toda la casa.
-Si necesitaba alguna cosa, tan solo se la hubiera pedido a la señora Lansbury o a cualquiera de los empleados.
-Necesitaba hablar con usted personalmente.
-Bueno, aquí me tiene. Usted dirá, mademoiselle Le Monde.
-Quiero que me conduzca al Salón de los Espejos.
-En este momento me encuentro ocupado, pero si pudiera esperar a que termine con el análisis de esta lectura...
-Puedo esperar el tiempo que sea necesario.
-Como usted guste, mademoiselle.

La llave giró dentro de la cerradura y la puerta se abrió lentamente. El salón estaba decorado por espejos de diferente tipo, tamaño y forma. La mayoría databan de una época mucho más antigua que la mansión misma. Una alfombra color carmesí, de unos doscientos veinte metros cuadrados, cubría el suelo del salón.

-¿Qué le parece, mademoiselle?- dijo el Profesor después de unos minutos.
-Es maravilloso. Ahora, profesor, ¿le molestaría dejarme a solas durante algunos minutos? Se trata de algo que he querido hacer durante mucho tiempo. Quizás le parezca una extravagancia.
-No veo qué sentido tiene que la deje sola rodeada de más de trescientos veinte espejos antiguos...
-Es algo relacionado con mi profesión de modelo y aunque le parezca absurdo requiere de soledad. Espero que lo comprenda.
-Está bien, mademoiselle. ¿Le parece bien que esté de regreso dentro de media hora?
-Es tiempo suficiente. Se lo agradezco.

Y así, Odette Le Monde, estuvo a punto de satisfacer su último capricho, por el cual había viajado especialmente a una misteriosa casona de las afueras de Londres. Ahora se encontraba sola, rodeada de una cantidad de espejos que reflejaban su delicada figura, la cual se repetía una y otra vez llenando el salón con su exquisita belleza física. En un principio, recorrió los espejos uno por uno, contemplando embelesada su rostro en cada superficie refractaria. Y en cada una encontraba detalles que no había percibido en las otras. Podía encontrar chispazos de erotismo, elegancia, incluso dulzura en cada expresión. También pudo ver orgullo, miedo, vacío y desesperación en cada mirada. En esos ojos, en esa nariz, en esos labios casi perfectos, en ese rostro de niña mimada. Con cada imagen nueva, el frenesí se incrementaba, alejándola del mundo y llevándola en un viaje de hipnosis profunda. La sensación era diferente a sentirse observada por cámaras o por los espectadores de pasarela. Era la sensación de sentirse observada por ella misma, por todos y por nadie al mismo tiempo. No podía fijar su mirada contra esos ojos sin rostro, porque se sentía incapaz de confrontar el reflejo de su propia alma. Allí, en cada espejo, donde cientos, quizá miles de almas se habían visto reflejadas. Almas de toda naturaleza. Tal vez algunas tan degradadas que si lo hubiera sabido, habría aborrecido la magnitud de su soberbia. Mas ahora estaba fuera de sí y caminó como una autómata hasta el centro del salón y empezó a desfilar de uno a otro lado del salón con la mirada altiva y con la elegancia de una diosa romana. La extraña sensación de ver su figura en movimiento, reflejada en cada rincón de la habitación, de alguna manera la había excitado. No era semejante a verse desfilando en el más suntuoso traje de noche en simultaneas pantallas de televisores. Era una experiencia mucho más íntima y seductora.

En ese momento había perdido toda noción de tiempo y espacio. Se había olvidado de todo. Ahora nada importaba. De pronto, sus prendas fueron cayendo sobre la alfombra una por una. Primero el vestido de noche, luego la lencería, hasta que quedó completamente desnuda y rodeada de espejos que reflejaban centenares de veces la delicia de sus formas. Esbelta figura. Senos firmes y redondos que parecían dos naranjas maduras. Nalgas turgentes y bien torneadas. Las puntas de su largo y sedoso cabello rojo acariciaban sus pezones rosados. El vello púbico afeitado en forma de “V” haría delirar a cualquier mortal, algunos de los cuales habrían dado su vida por poseerla.


La mente de Odette Le Monde viajaba en órbitas concéntricas, mientras su cuerpo estaba siendo partícipe de una danza macabra. Porque ya no sólo veía su figura multiplicada una y otra vez, sino que percibió una serie de distorsiones en los reflejos que llamaron su atención. La exuberancia se había ido. Ahora las imágenes eran difusas y sólo reflejaban la visión confusa de una mujer desnuda y vulnerable. Se frotó los ojos porque pensó que una pelusa podía haber nublado su visibilidad. Luego sintió una fuerte presión a la altura de las sienes. El dolor era intenso y llevó sus manos a la cabeza. En el siguiente momento, un halo de horror le congeló la sangre en las venas. Un grito de pavor y cayó desmayada. Todos los espejos reflejaban imágenes distorsionadas repetidas una y otra vez hasta el infinito. ¡La imagen de una Gorgona con el cabello viperino, la piel podrida de lepra y un millar de gusanos carcomiendo sus llagas!

Cuando ella recuperó el sentido, minutos más tarde, se encontró tendida desnuda sobre la suavidad de la alfombra. El profesor Beckham estaba a su lado ofreciéndole un vaso con agua. Ella se observó a sí misma y descubrió que estaba junto a él tal como había venido al mundo. Desnuda como una culebra. No se ruborizó ni se sintió avergonzada. Un brillo de perversión iluminaba sus hermosos y lascivos ojos azules. El literato le alcanzó sus ropajes para que se vistiera -pero, en vez de eso, dadas las circunstancias, ella arrojó la ropa interior y el vestido de noche contra la alfombra, se puso de pie, luego se dirigió hacia el espejo de mayor tamaño y vociferó contra su propio reflejo:

-¡Perra! ¡Perra! ¡No eres más que una perra! ¿Y ahora que vas a hacer, Odette Le Monde? Ahora que no hay cámaras fotográficas ni pasarelas. Allí estás, desnuda e indefensa como una cualquiera. No eres más que una fina y delicada...

No terminó lo que había pensado decir. Entonces se acercó hacia al profesor Beckham, quien la miraba perplejo. Odette Le Monde se había llevado las manos a los senos frotándolos con lujuria.

-De acuerdo Martin, ganaste el juego. Ahora me tienes. Tómame. ¡Hazme tuya!

El profesor no dijo nada. Tampoco ofreció resistencia.

-¿No te gusto? Sé que me has deseado desde que me viste. Ahora es tu oportunidad, Martin. ¡Hagámoslo sobre la alfombra! Estamos rodeados de espejos. ¿No te parece una ocasión estupenda?

La tentación era muy grande. Él luchaba para contener sus propios impulsos, porque sabía que sucumbir sería caer en su juego. Pero mademoiselle Le Monde ya no era la vana y engreída top model, ahora se había convertido en una loba en celo dispuesta a capturar a su presa.

El profesor Beckham se soltó de los brazos de ella, luego se agachó a recoger las prendas que ella había dejado caer y se las entregó rechazándola categóricamente.

-Está en lo correcto, mademoiselle. Esta partida la gané yo. Vístase y salga.

Luego abandonó el Salón de los Espejos cerrando la puerta enérgicamente.

Ella se sintió herida en su orgullo, insignificante. Jamás había sido despreciada por ningún hombre. Ella, que se pensaba la dueña del mundo. Hermosa y autosuficiente, creía que podía volver loco a cualquiera. Allí, en el Salón de los Espejos, había descubierto la verdad dentro de sí misma. Ahora no queda ni huella de quien alguna vez fue Odette Le Monde, la fina y afamada top model. En verdad, detrás de su máscara de vanidad y arrogancia, existía un verdadero y único deseo, ser una esclava del amor.

Jorge Buckingham
Surco, Octubre de 1999



(Relato inspirado en el espléndido clásico de Kraftwerk, “The Hall Of Mirrors”
-Trans-Europe Express, 1977-.)



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EL SONIDO DE LA CRISIS: BACK TO PERÚ -O UNA HISTORIA DEL ROCK Y LA ELECTRÓNICA DE SABOR NACIONAL- (PARTE 1)

2 de noviembre de 2012

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INSTRUCCIONES DE VUELO
PARA MELÓMANOS Y TEMPONAUTAS


I

Es más que justo plantearse decenas de preguntas alrededor de un proyecto -bautizado sampleando el título de un texto ya existente del crítico Luis Alvarado- que intenta compilar 55 años de rock y electrónica en un país como el nuestro. Y suele ocurrir que las primeras de ellas asoman ni bien se termina de escribir oraciones como la anterior. Siendo el Perú una de las naciones más “displicentes” del planeta -léase de las de identidad más fragmentaria y conflictiva (a duras penas mejor en ese aspecto que el promedio de sus contrapartes africanas)-, y además signada por un perfil "melómano" aplastantemente tropical-andino; ¿qué relevancia tiene para nuestro “acervo cultural” una tradición rockera/electrónica que con las justas sobrepasa el medio siglo? ¿Acaso es lo suficientemente alta como para invertir seis meses de paciente selección/recolección/investigación en un trip de 81 horas y media, 1200 temas que se presumen “representativos”?

La primera interrogante podría responderla cualquier transeúnte común con una palabra: cero -o casi cero. Para responder la segunda, a ese mismo transeúnte le bastaría un escueto “no”. Hoy por hoy, el rock y la electrónica viven sendas crisis de creatividad, acaecidas con el cambio de milenio y de las que aún no se perciben salidas a tiro de piedra. Hay grupos bastante rescatables y razonablemente cumplidores, pero los jodidamente extraordinarios y cruciales andan casi extintos. Y si ésa es la situación en el plano internacional, del plano local ni siquiera deberíamos hablar (siempre según el mismo transeúnte). Podría postularse, entonces, que son otras las razones que han servido de combustible a este ejercicio -y aún así, los resultados se dan maña para contradecir las respuestas tan a la ligera barbotadas hace un momento.


Sin mayores aspiraciones, empecé esta reconstrucción de la historia del rock y la electrónica peruanos porque quise tener en mi reproductor MP3 aquellos números nacionales que me gustaban. También, porque suelo compartir este tipo de florilegios sonoros con algunos amigos cercanos. Pero, sobre todo, empecé porque alguna vez le quise pasar cosas nativas a  mis camaradas Leny Fernández y Sebastián Pimentel,  y  me  chotearon  arguyendo  que no querían llevarse un chasco -lo que comporta un juicio en exceso peyorativo acerca de los grupos y solistas coterráneos (severidad que no comparto pero entiendo). Básicamente, fue ése el pistoletazo de salida.

La siguiente andanada de preguntas indagaría por los criterios utilizados para la selección y ordenamiento de semejante “constelación”. ¿Por qué tantos? ¿Por qué unos sí y otros no? ¿Por qué una numeración histórica, y no un cóctel todos-contra-todos?

Dado que estamos hablando de un arco de tiempo que supera las cinco décadas, y que además cubre una inmensa gama de subgéneros y tendencias, me decidí por una presentación que mezcle los enfoques cronológico y estético. Previsiblemente, se empieza por lo más antiguo y se acaba por lo más reciente -pero ello no impide que bandas relativamente recientes como Los Protones, Comfuzztible y Manganzoides, que abrevan con fruición en el instro-garage-surf-beat de la segunda mitad de los 60s; se acomoden en la sección correspondiente. Una situación similar a la de Nudo De Espejos (formación que aleaba prog rock, psicodelia, ramalazos de kraut) y Wreck (punk a secas), que iniciaron andanzas en el 2001 y se hallan ubicados respectivamente en las cuadras progre y punk. Vertebrar un recuento que intercale al azar edades y estilos no es aconsejable ni siquiera para aquellos que mal que bien conocemos los intrilingüis del rock y la electrónica locales. Con sus pros y contras, sugiero acatar el orden prescrito. En cualquier caso, no hay sino que elegir la opción “random” del reproductor para obviarlo.

(Por cierto, en realidad son 50 los años cubiertos, no 55. Todas las fuentes enteradas coinciden en señalar al mini LP epónimo de Los Millonarios Del Jazz como la primera referencia rockera bajo estos cielos -verano de 1957-. No les incluyo porque sus cuatro surcos están grabados en inglés, tres de ellos son covers, dos de sus cinco integrantes no eran peruanos, y hasta ahora nadie se ha dado el trabajo de digitalizar decentemente ese mítico vinilo.)

En cuanto a por qué unos sí y otros no, confieso que se trata de una sencilla cuestión de gustos. Algunas veces, éstos coinciden con piezas reconocibles como paradigmas del buen hacer de nuestros músicos/no-músicos. Algunas otras veces, el escucha se verá gratamente sorprendido por la manufactura de canciones y/o instrumentales que desconoce. Pocas veces, eso sí, este compendio estará de acuerdo con la “versión Marca Perú” que de esta historia ofrecieron en algún momento los medios masivos: por fuera, una “comunidad” ingenuota e inicua; por dentro, parafraseando a Umberto Eco, una verbena de mala fe, zancadillas y excomuniones recíprocas.


Y es que, tras el golpe de Estado del general Juan Velasco Alvarado (1968), el rock dejó paulatinamente ser enfocado por radios y televisoras como lo que ha sido desde que superó su adolescencia rocanrolera: una fuerza incontrolable de desafío, irreverencia, renovación y vitalidad -un espíritu rebelde/trasgresor/exorcizado que no conoce de edades, que habla a los corazones jóvenes de cualquier década, desde una tradición propia forjada en el constante cuestionamiento de sí misma. En otras palabras, arte que se ha reinventado derribándose para reconstruirse, destruyéndose para reedificarse, sin olvidarse jamás de criticar el pretendidamente perfecto modus vivendi/status quo pregonado por la adultez. Ni qué decir de la electrónica, que recién abrió los ojos durante la segunda mitad de los 80s (y que en principio no reconoció el antecedente de la escena electroacústica peruana de los 70s, cuyas figuras señeras ya abandonaron este valle de lágrimas: Édgar Valcárcel, hace dos años, y recientemente César Bolaños).


 Acaso al dejar en claro que mi gusto particular ha dictaminado qué va y qué no va, acabo de desanimar al escucha a adentrarse en este universo. Acaso acabo de alentarlo. Consecuentemente, este Orbius Tertius de tiempos y sonidos es una suerte de espejo: dice algo de mí, y a través suyo disemino un buen cúmulo de ideas sobre lo que creo son el mejor rock y la mejor electrónica peruanos.

II

Existe otro sentido en el cual esta compilación es también una superficie refractaria. Para quien se haya consagrado al bizantino estudio del rock y la electrónica, sus orígenes y evoluciones; será evidente que la selección duplica el esquema patentado por sus pa(d)res del Primer Mundo. Quienes así lo consideren necesario, pueden agrupar los archivos de audio en la siguiente ronda de carpetas:

- 01 Instro-Garage-Surf-Beat: de “0001 Los Incas Modernos-Carnavalito” a “0058 Manganzoides-Musaraña”.
- 02 Garage Proto Psicodélico Y Proto Punk: de “0059 Los Sideral’s-Hippie” a “0102 Manganzoides-Ganímedes”.
- 03 Psicodelia, Fusión Latina Cosecha 70s Y Hard Rock: de “0103 Presidente Morsa-Sal Roja” a “0138 Laghonia-Mary Ann”.
- 04 Psicodelia Dura, Space Rock Y Heavy Rock: de “0139 Serpentina Satélite-Madripoor” a “0165 La Ira De Dios-5000 Años”.
- 05 Prog Rock -Trasvases Y Fusiones Ad Hoc-: de “0166 Frágil-Obertura” a “0193 Frágil-Oda Al Tulipán”.
- 06 Punk Y Hardcore: de “0194 Narcosis-Triste Final” a “0285 Punk Waro-Arde Ciudad Imperial”.
- 07 Post Punk: de “0286 Los Erizos-Rastrera” a “0300 Narcosis-Danza De Los Cristales”.
- 08 Dark-Gothic Rock: de “0301 Voz Propia-Hasta El Fin” a “0394 Voz Propia-Noventas”.
- 09 Ethereal Music, Noise Rock, Shoegazing Y Afines: de “0395 Catervas-Raros Presentimientos” a “0458 Fractal-Mis Lágrimas En Tu Rostro”.
- 10 Electrónica Pre-Detroit -Synthpop, Trance, E.B.M., Techno Industrial, Industrial Y Afines-: de “0459 Eléctrica De Lima-Hombre Antena” a “0570 Kyleran-Geometric”.
- 11 Metal, Grind-Noise, Crust-Core Y Afines: de “0571 Dios Hastío-El Odio Te Alcanzará” a “0590 Dios Hastío-Raza De Gusanos”.
- 12 Inclasificables Afines Al Metal Y Al Noise: de “0591 Retrasados De Hojalata-Hemingway” a “0604 Retrasados De Hojalata-La Máscara Del Demonio”.
- 13 Pop Rock 80s, 90s Y 00s: de “0605 JAS-Ya No Quiero Más Ska” a “0663: Madre Matilda-Manos Blancas”.
- 14 Rock Mestizo, Ska, Reggae, Dub, Lounge Y Fusiones Afines: de “0664 Delpueblo-Escalera Al Infierno” a “0735 Delpueblo-Posesiva De Mí”.
- 15 Funk-Core O Trash Hop: de “0736 Arfaxed-Stampas” a “0739 Extremo Sur-Ladra”.
- 16 Inclasificables Proto-Indie Rock: “0740 Camarón Jackson-El Hueco” y “0741 Santiago Pillado Y José Antonio Mesones-Mi Perro Poodle Tiene Pulgas Negras”.
- 17 Indie Rock: de “0742 Ertiub-Caricia Mental” a “0868 Plug-Plug-Bye Bye Lima City Rockers”.
- 18 Ambient Pop: de “0869 Ciëlo-Éste Es mi Avión” a “0924 Ciëlo-Transformador”.
- 19 Neopsicodelia: de “0925 Hipnoascención-Emoliente” a “0947 Hipnoascención-Retro”.
- 20 Post Rock Y Afines: de “0948 El Divino Juego Del Caos-...Es Una Puta Vía De Escape” a “1009 Evamuss-Xul”.
- 21 Electrónica Lo-Fi, Ruidismo Y Afines: de “1010 Wilder Gonzales Agreda-Sweet Oscillations” a “1081 Evamuss-Dí-Sol”.
- 22 I.D.M., Post I.D.M., Indietrónica (Y Algo De Trip Hop): de “1082 Silvania-Lunik” a “1142 Elegante-No Mates Más Toros Por Favor”.
- 23 Rocktrónica Y Dance: de “1143 Theremyn_4-Al Fin Te Encontré Mañana” a “1183 Theremyn_4-Escape En un Simulador De Vuelo”.
- 24 Drum’N’Bass O Jungle: de “1184 Luján-Dos Más” a “1200 Luján-Latin Drums”.

Evidentemente, no se trata de una secuencia lineal. Con sobradas reticencias, puede afirmarse que el rock y la electrónica observaron sucesiones de este tipo hasta la aparición del punk (1977) y los días de inextinguible gloria de Kraftwerk (curioso, también 1977), respectivamente. Luego de esos avatares, las (r)evoluciones paralelas se convirtieron en norma. Un árbol de muchas ramas representaría este devenir histórico mejor que el propugnado “mapeo” de files.

Así y todo, no deja de ser revelador que de este atlas de carpetas se desprendan a priori algunas conjeturas sobre el rock y la electrónica de estos suelos. Habiéndose considerado todos los dialectos de ambos lenguajes, es notoria la ausencia de apartados glam y disco, así como también la falta de un file consagrado al rockabilly. De igual modo, la electrónica ha sido segmentada en varias partes: una incrustada entre la carpeta ‘etérea/noise rock/shoegazing’ y la carpeta ‘metal/grind noise/crust core’, otra entre la carpeta ‘indie rock’ y la carpeta ‘neopsicodelia’, y el resto posicionado luego de la carpeta ‘post rock/afines’.

En los dos primeros casos, es lícito suponer que el endurecimiento del velascato quebrantó el proceso de transmisión en la tradición rockera, generándose un espantoso vacío entre 1975 y 1980. Aún diría más, la fuerte carga de sexualidad liberada por el glam rock y la música disco (aghhh) apenas podía tolerarse en Europa y la Unión Americana: una situación equivalente en nuestro tercermundista país hubiera sido insostenible, y por ello impensable -de ahí la casi absoluta ausencia de émulos nacionales de Earth, Wind & Fire; New York Dolls, T-Rex y compañía. La experiencia disco ETC/The Rollets de algunos ex We All Together es tan efímera como prescindible (ufff). De otra parte, en el tercer caso, no hay un solo cultor puro medianamente decente de rockabilly que haya nacido en estos predios (quizás algunos tendrían a bien rescatar a Vaselina o a Los Suplentes).


Por lo que respecta al entrecortado “despliegue” de la tradición electrónica, éste se debe a la inexistencia de una corriente marca Detroit en tierras incas (económicamente inviable en su momento histórico). El techno que facturasen Underground Resistance, Juan Atkins, Derrick May, Kevin Saunderson, Plastikman y Cybotron nunca germinó/encontró eco aquí. De la E.B.M. (siglas de “electronic body music”) y contadas reyertas techno industriales, nuestros paisanos pasaron sin escalas al ambient pop, al noise digital, a la I.D.M. (siglas de “intelligent dance music”), al mestizaje rocktrónico y -brevemente- al escurridizo drum’n’bass. De ahí que esa primera carpeta hipotética pareciera tener poco o nada que ver con las siguientes (con ciertos sonrojos, Kyleran es el único compatriota que puede jactarse de haber probado fortuna con el Detroit techno). Por siaca, nótese que no menciono a los DJs pinchadiscos: el turntablism más elemental, el que ellos abrazan, se me antoja válido como mera técnica, no como género musicológico. Al menos el house post 2000 sí se esfuerza en crear. Y la materia prima sampladélica del mash-up es tan microscópica, que lo convierte por derecho propio en un mundo aparte.

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EL SONIDO DE LA CRISIS: BACK TO PERÚ -O UNA HISTORIA DEL ROCK Y LA ELECTRÓNICA DE SABOR NACIONAL- (PARTE 2)

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III

Como mínimo al 90%, la del rock y la electrónica peruanos es la historia de las oportunidades perdidas, de la falta de perseverancia, de los callejones sin salida, de la estrechez de perspectivas, de la orfandad logística -equipos en las últimas, estudios de grabación que no han sabido cómo grabar, una prensa que les ha dedicado algunas páginas en medios escritos, pero que les ha ignorado sistemáticamente por radio y televisión... Por ello, me permito tomar prestado el título de un celebrado artículo del colega Alvarado, centrado específicamente en la estética sonora de lo ruidista/aleatorio/experimental; para afirmar, haciendo uso extensivo de tal concepto, que el del rock y la electrónica peruanos es el sonido de la crisis. El apretado parangón consignado a continuación no me dejará mentir.

Se acostumbra invocar al período 1957-1975 como la edad de oro del rock peruano. En cierto modo, esa opinión se ajusta a la verdad. Concretamente a partir de 1963, con el epónimo debut de Los Incas Modernos, florece una época en la que las formaciones instrumentales, los grupos de garage y beat, y los artistas “nuevaoleros”; obtuvieron el favor del público mayoritario -lo que se tradujo en programas radiales y televisivos, en las famosas matinales domingueras que aún recuerdan las abuelas, en contratos discográficos en regla, y en acceso a estudios de grabación entonces modernísimos. No era para menos: a la primigenia escena peruana se le consideraba la mejor de Latinoamérica.


(Bueno, tampoco idealicemos in extremis. Ni siquiera en los circuitos independientes mundiales todo lo que brilla es oro. De modo que afirmar que la totalidad de lo que se hizo en aquellos años es alucinante/increíble/genial, TODO, es pecar de entusiasta. Demoler, el libro de Carlos Torres Rotondo que repasa esos días, puede funcionar como sabroso anecdotario con entrevistas a los protagonistas de aquellas vetustas estaciones, además de trazar la genealogía de las bandas y dejar claramente sentada la diferencia entre los rockers y los insoportables artistas “nuevaoleros”. Desgraciadamente, su ortodoxa aseveración de que ésa es la única época de oro del rock peruano/que los grupos nacionales posteriores jamás llegaron a ese nivel de genialidad (¿?)/que todo lo que se hizo entre 1957 y 1975 fue maravilloso, amén de errores de forma/redacción y horrores de estilo, deslegitimiza su esfuerzo y deja a Demoler en evidente posición adelantada. Mucho mejor parado queda el esfuerzo colectivo del fanzine Sótano Beat: el volumen recopilatorio Días Felices.)

Lo que vino después, con la entronización de la dictadura militar (régimen que arranca, recordémoslo, con Velasco hacia 1968), se plasmó en una terrible crisis de medios de difusión. A la abrupta extinción de las matinales, que ya había tenido lugar en 1970, se sumó la desaparición de los programas en A(mplitud)M(odulada) y en señal abierta. Peor aún: cientos de grabaciones fundacionales se perdieron para siempre al registrarse nuevas pistas sobre cintas maestras ya grabadas -un acto criminal similar a la quema de la Biblioteca de Alejandría. En el colmo de la bestialidad, no se concretó ningún documento videográfico que ilustrase esas legendarias jornadas (“...un país sin cine documental es un país sin memoria...”, dijo alguien alguna vez).


Para 1980, el Perú respiraba de nuevo aires democráticos. Lamentablemente, las coyunturas ya habían cambiado. Cortados los hilos de la tradición rockera, volcado el “respetable” hacia la salsa y la cumbia -ignoto puerto en que recalaron los rockeros 60s/70s-, los nuevos insurgentes izaron bandera de rebelión empuñando escasos y pobres aparejos, pero premunidos de los postulados punk. Emergió una nueva escena, la del rock subterráneo, que tuvo el innegable mérito de organizarse para la supervivencia, en lugar de tirar pronto la toalla como hicieran sus predecesores de los 60s y 70s. Una (digamos) secreta segunda edad de oro del rock peruano: las maquetas proliferaron (Narcosis editó un live casero -Actos De Magia-, los primeros solistas de Daniel F los editó la independiente La Nave De Los Prófugos), las barreras estilísticas cayeron (Conflicto Social, Delirios Krónicos, Masoko Tanga), los fanzines se reprodujeron como cuyes (Costra, Imagen Pública, Luz Negra)... Del punk y el hardcore se pasó al post punk (Yndeseables, Salón Dadá), al dark (Voz Propia, Sor Obscena, Lima 13) y a radicalismos como el grindcore (Atrofia Cerebral, T.S.M.). Los primeros músicos electrónicos -Círculo Interior, T De Cobre, Cuerpos Del Deseo- tomaron las armas respaldados por el electro que invadió la Tierra a través de las emisoras del Primer Mundo con New Order a la cabeza.

Los testimonios del decenio ochentero -la edad dorada de la subversión armada, por lo demás- han sobrevivido en mayor cantidad con respecto a la primigenia movida peruana, sólo para confirmar la crisis con la que batallaron sus cabecillas: demos descalibrados, mal grabados, sin el menor apoyo de la prensa mediatizada. Contados fueron los aliados que tuvieron los subtes en el dial, mucho menos en la TV. Al declinar la década, los actores principales de esta oleada se entramparon en rencillas estúpidas (metaleros versus punks, punks versus folkloristas, folkloristas versus metaleros), lo que, sumado a la terrible crisis económica del gobierno de turno (el primer quinquenio de García Pérez); pulverizó la posibilidad de crear y consolidar un circuito alternativo/independiente de quehacer y difusión artísticos.


El país ingresa a los 90s ya postrado, en medio de una abierta guerra interna contra las células terroristas Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), asfixiado por la peor inflación de la historia republicana. Es verdad que, luego, los 90s vieron desaparecer esta realidad insostenible. La cura, no obstante, fue mil veces peor que la enfermedad. Un total desprecio por los más elementales principios éticos y morales se instaló en nuestras vidas bajo la forma de la corrupción política/social más asquerosa, servil y condenable que pudiera imaginarse. Para apuntalarla, se sistematizó una política de galopante indiferencia hacia el ya debilitado nivel cultural-educativo de la población. Ése fue el costo que nos impuso la “dictablanda” fujimontesinista: mientras más tonto/estupidizante/ridículo/absurdo/chabacano fuera el circo de los medios (los cómicos ambulantes, Laura Bozzo, la tecnocumbia, Magaly Medina, el travestismo grotesco -la “cultura combi”, en resumen), más seguros podían sentirse los nefastos agentes de poder. A punta de embrutecerlo, el pueblo peruano enloqueció. Huelga explicar cuán poco lograron las resucitadas tribus rockeras/electrónicas frente a esta crisis casi existencial.


Aunque los primeros indicios se dieron con Mar De Copas en 1993, fue el regreso del grupo punk Leuzemia -hoy convertido en espectral remedo pseudo-progre/filo-trovesco que acompaña las poco inspiradas incursiones de su inefable vocalista Daniel F- la circunstancia que reavivó la chispa de la revuelta capitalina. En efecto, para 1995 y ya con nuevo disco (A La Mierda Lo Demás: Asesinando Al Mito), Leuzemia comandó el resurgimiento de las bandas locales, que se animaron a grabar aupadas por disqueras interesadas en sus propuestas (Eureka, Huasipungo, Navaja) y por tribunas especializadas (Caleta, Sub, Cuero Negro). Pero de nada valió que se empezase a trazar nuevas direcciones, o que el acceso a los equipos fuese menos oneroso que en los 80s. A lo sumo, movimientos como el del colectivo Crisálida Sónica, sus pares aleatorio-industriales del Infamia (Una Recopilación De Música Electrónica E Industrial), las primeras escaramuzas indie y la naciente electrónica ruidista fueron instancias vistas como curiosidades aún dentro del propio feudo -en una suerte de “evolución resistida”.


Pese a que el cambio de milenio supuso la caída de la asolapada dictadura fujimontesinista y el retorno a la senda democrática, el daño ya estaba hecho. Desde hace cuando menos un lustro, múltiples estudios internos y externos vienen dando cuenta del retroceso educativo y cultural que ha sufrido el Perú -la verdadera, aciaga herencia de Fujimori y secuaces. No niego que el país esté mejor que nunca en algunos aspectos. Pero en los más importantes, aquellos que nos definen como personas, que delinean nuestra moralidad y nuestras estéticas, estamos peor que nunca. La “cultura del espectáculo”, concepto acuñado por nuestro gran escritor e intelectual Mario Vargas Llosa, nos ha arrastrado como borregos a una civilización de la barbarie, en la que el espíritu chicha/frívolo reina soberano desde mierdosos “psicosociales” mediáticos como la entelequia escandalosa de América Televisión, las pautas chismográficas incrustadas en los “programas de noticias”, Al Fondo Hay Sitio y el Grupo 5 -que sólo pueden causarme una furiosa e interminable arcada de asco. Si Domingo Sarmiento volviera a la vida...

En síntesis, si en los 60s el rock peruano desempeñó un papel de primer orden en el marco de la cultura popular de estas costas, la escena actual es apenas un puñado de notas a pie de página. Con todo, la culpa no es enteramente nuestra. Una crisis generalizada se ha abierto paso en las esferas rockeras y electrónicas de todo el mundo. Las últimas vanguardias se destaparon a mediados de los 90s -y resultaron tan ariscas e inasibles que quizás produjeron el efecto opuesto al habitual: en lugar de ser fagocitadas por/integradas al pop, hicieron que éste las repeliera y abrazara la oquedad, el inmediatismo, la superficialidad plástica. Basta una rápida encuesta al ciudadano promedio de a pie: ni siquiera el 10% sabría decir quiénes son Silvania, Theremyn_4, Luján, Evamuss, Catervas o Herman Hamann -los nombres que tomaron la posta del 2000 para adelante. Sí, se ensanchó la difusión a través de medios escritos -Caleta, Sub, 69, Freak Out!- y virtuales -la blogósfera-, como consecuencia de la desjerarquización de la cultura que ha supuesto el advenimiento de Internet, pero la música se oye -2001, Chillidos Del Futuro, Hecho En El Perú, Cretácico, Cultura Rock (en Cuzco)-, no se lee.


(Creo que la tesis que es viable inferir de este sinóptico numeral asoma bastante obvia. La salsa -no la antigua, brutal y brava; sino la actual, lasciva y descerebrada (salvo excepciones como la de Sabor Y Control)-, la cumbia, el reggaetón, la chicha, el axé; son todas músicas cuyo principal objetivo es distraer, florear, cogerse de la cintura de la pareja, seducir, desfogarse -sin ir más allá. Es decir, músicas banales todas, lo que no tendría nada de malo de no ser porque se asumen como fin y no como medio. El rock y la electrónica, au contraire, pueden hacer lo mismo y también remecerte, tocar tus fibras más íntimas, predisponerte a una reflexión o empujarte a un abandono que inéditamente equilibran lo apolíneo y lo dionisíaco; y lo pueden hacer porque se trata de manifestaciones artísticas maduras, que han logrado trascender las circunstancias históricas de su nacimiento -“parricida” el uno, “hedonista” la otra- y se han convertido en expresiones culturales iconoclastas. El rock y la electrónica, pues, tienen ya implícito un valor educativo potencial infinitamente superior a los demás géneros -de ahí su presentación conjunta en este espacio. Ampliar semejante proposición es algo que merece muchos más renglones que los aquí ocupados.)

IV

Lo insólito es que ese mismo estado de crisis semi-permanente que hemos deplorado a través de tantos párrafos anteriores, le ha dado al ADN del rock y la electrónica peruanos el cromosoma clave para preservarlo y definirlo. Tener constantemente todo en contra le ha conferido una fortaleza y un cariz sui generis al sonido de estas músicas, tanto en el proceso de registro como en la estética -y no faltará quien diga que también en la ética-. Al menos a mí me pasa que reconozco un grupo peruano cuando lo escucho, sin necesariamente saber que lo es, el 90% de las veces. Lógico, los muchos obstáculos que han debido sortear nuestros créditos les han terminado por predisponer a sacar todo el partido posible de los instrumentos  a  la mano, de  las  horas/consolas  de  grabación  aprovechables -y en el caso de los artistas electrónicos, habría que agregar también del software empleado, que no pocas ocasiones modifican.

Véase, por ejemplo, el caso de Paisaje Electrónico. Su único legado discográfico, el cassette que compartió con Feudales en 1986, remite a prima facie a The Durutti Column y al primer dark rock -pero, por los instrumentos utilizados, teclados y sintes en su mayoría; se usa considerarle pionero de la música electrónica. Véase, también, el caso de Evamuss/Christian Galarreta, que crackeaba los programas aplicados para encontrar nuevos sonidos/ruidos y estructurar/desestructurar ingeniosamente la osamenta de sus composiciones. O el caso de Los Holy’s, que, al mejor estilo de The 13th Floor Elevators y su célebre “jarrón eléctrico”; dotaron a la mayoría de cortes de su Sueño Sicodélico (1968) de un extraño efecto generado al manipular una caja de eco Dynacord. O el caso de Lunik, que para grabar el Ovo-Ovni (2002) exprimió un amplificador, un palo de lluvia, un casiotón y una aspiradora rusa; aparatos algunos de los cuales permanecieron en su domicilio sólo por una hora.


Esa habilidad para sobrevivir ha generado un curioso efecto colateral: de cada tres bandas peruanas, mínimo una tiene el don de la mutabilidad. El escucha puede constatarlo con creces aquí, donde encontrará a un mismo grupo en diversos pasajes. Sin ir demasiado atrás, Catervas declara residencia en los tramos dark-gothic rock, indie rock y post rock; pero el grueso de su artillería se ubica en el tramo ethereal music, noise rock y shoegazing. Suda, fabuloso quinteto de ascendencia punk, cuela material no sólo en su bloque de origen, sino también en el de pop rock 80s/90s/00s y en el de rock mestizo, ska, reggae y demás hierbas. Tonka flexibilizó el trip hop hasta fundirlo con el pop noventero, y su ex vocalista, Solange Jacobs, lanzó en el 2011 un EP bajo el alias de Fifteen Years Old, embebido del fúnebre éter-folk de la escudería americana Projekt -jugadita similar a la de Constanza Núñez-Melgar a.k.a. Panyoba. Raúl Ochoa y Manuel Rodríguez empezaron como M.A.R.U.J.A. (acrónimo de Mirando Al Rojo Un Jabalí Amordazado), dedicados a la electrónica híbrida tipo Seefeel: su siguiente estadio, Maruja Trax, les significó un cortísimo romance con el ambient pop. Unificada esta segunda denominación para dar lugar a una tercera -Marujatrax-, se han decantado hacia la rocktrónica, el drum’n’bass y el 2-step. La hoja de ruta casi siempre es trazada por la propia evolución del artista/grupo.


Quien se lleva las palmas de la ductibilidad es El Aire, de José Javier Castro, entidad que aparece aquí... ¡¡¡en cinco secciones distintas!!! A saber: punk y hardcore (“Rodeo”), ethereal music/noise rock/shoegazing (“Libertad”, “Beach”, “Terminal”), pop rock 80s/90s/00s (“Anduve Bajo El Sol”, “Lluvia En El Ande”, “El Naranja De Tus Ojos”), indie rock (“Y Despega!”) y post rock (“Fiero Escalador De Nubes (Ícaro Triunfal)”). Definitivamente, el acto peruano más versátil de la historia.


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