III
Como mínimo al 90%, la del rock y la electrónica peruanos es la historia de las oportunidades perdidas, de la falta de perseverancia, de los callejones sin salida, de la estrechez de perspectivas, de la orfandad logística -equipos en las últimas, estudios de grabación que no han sabido cómo grabar, una prensa que les ha dedicado algunas páginas en medios escritos, pero que les ha ignorado sistemáticamente por radio y televisión... Por ello, me permito tomar prestado el título de un celebrado artículo del colega Alvarado, centrado específicamente en la estética sonora de lo ruidista/aleatorio/experimental; para afirmar, haciendo uso extensivo de tal concepto, que el del rock y la electrónica peruanos es el sonido de la crisis. El apretado parangón consignado a continuación no me dejará mentir.
Se acostumbra invocar al período 1957-1975 como la edad de oro del rock peruano. En cierto modo, esa opinión se ajusta a la verdad. Concretamente a partir de 1963, con el epónimo debut de Los Incas Modernos, florece una época en la que las formaciones instrumentales, los grupos de garage y beat, y los artistas “nuevaoleros”; obtuvieron el favor del público mayoritario -lo que se tradujo en programas radiales y televisivos, en las famosas matinales domingueras que aún recuerdan las abuelas, en contratos discográficos en regla, y en acceso a estudios de grabación entonces modernísimos. No era para menos: a la primigenia escena peruana se le consideraba la mejor de Latinoamérica.
(Bueno, tampoco idealicemos in extremis. Ni siquiera en los circuitos independientes mundiales todo lo que brilla es oro. De modo que afirmar que la totalidad de lo que se hizo en aquellos años es alucinante/increíble/genial, TODO, es pecar de entusiasta. Demoler, el libro de Carlos Torres Rotondo que repasa esos días, puede funcionar como sabroso anecdotario con entrevistas a los protagonistas de aquellas vetustas estaciones, además de trazar la genealogía de las bandas y dejar claramente sentada la diferencia entre los rockers y los insoportables artistas “nuevaoleros”. Desgraciadamente, su ortodoxa aseveración de que ésa es la única época de oro del rock peruano/que los grupos nacionales posteriores jamás llegaron a ese nivel de genialidad (¿?)/que todo lo que se hizo entre 1957 y 1975 fue maravilloso, amén de errores de forma/redacción y horrores de estilo, deslegitimiza su esfuerzo y deja a Demoler en evidente posición adelantada. Mucho mejor parado queda el esfuerzo colectivo del fanzine Sótano Beat: el volumen recopilatorio Días Felices.)
Lo que vino después, con la entronización de la dictadura militar (régimen que arranca, recordémoslo, con Velasco hacia 1968), se plasmó en una terrible crisis de medios de difusión. A la abrupta extinción de las matinales, que ya había tenido lugar en 1970, se sumó la desaparición de los programas en A(mplitud)M(odulada) y en señal abierta. Peor aún: cientos de grabaciones fundacionales se perdieron para siempre al registrarse nuevas pistas sobre cintas maestras ya grabadas -un acto criminal similar a la quema de la Biblioteca de Alejandría. En el colmo de la bestialidad, no se concretó ningún documento videográfico que ilustrase esas legendarias jornadas (“...un país sin cine documental es un país sin memoria...”, dijo alguien alguna vez).
Para 1980, el Perú respiraba de nuevo aires democráticos. Lamentablemente, las coyunturas ya habían cambiado. Cortados los hilos de la tradición rockera, volcado el “respetable” hacia la salsa y la cumbia -ignoto puerto en que recalaron los rockeros 60s/70s-, los nuevos insurgentes izaron bandera de rebelión empuñando escasos y pobres aparejos, pero premunidos de los postulados punk. Emergió una nueva escena, la del rock subterráneo, que tuvo el innegable mérito de organizarse para la supervivencia, en lugar de tirar pronto la toalla como hicieran sus predecesores de los 60s y 70s. Una (digamos) secreta segunda edad de oro del rock peruano: las maquetas proliferaron (Narcosis editó un live casero -Actos De Magia-, los primeros solistas de Daniel F los editó la independiente La Nave De Los Prófugos), las barreras estilísticas cayeron (Conflicto Social, Delirios Krónicos, Masoko Tanga), los fanzines se reprodujeron como cuyes (Costra, Imagen Pública, Luz Negra)... Del punk y el hardcore se pasó al post punk (Yndeseables, Salón Dadá), al dark (Voz Propia, Sor Obscena, Lima 13) y a radicalismos como el grindcore (Atrofia Cerebral, T.S.M.). Los primeros músicos electrónicos -Círculo Interior, T De Cobre, Cuerpos Del Deseo- tomaron las armas respaldados por el electro que invadió la Tierra a través de las emisoras del Primer Mundo con New Order a la cabeza.
Los testimonios del decenio ochentero -la edad dorada de la subversión armada, por lo demás- han sobrevivido en mayor cantidad con respecto a la primigenia movida peruana, sólo para confirmar la crisis con la que batallaron sus cabecillas: demos descalibrados, mal grabados, sin el menor apoyo de la prensa mediatizada. Contados fueron los aliados que tuvieron los subtes en el dial, mucho menos en la TV. Al declinar la década, los actores principales de esta oleada se entramparon en rencillas estúpidas (metaleros versus punks, punks versus folkloristas, folkloristas versus metaleros), lo que, sumado a la terrible crisis económica del gobierno de turno (el primer quinquenio de García Pérez); pulverizó la posibilidad de crear y consolidar un circuito alternativo/independiente de quehacer y difusión artísticos.
El país ingresa a los 90s ya postrado, en medio de una abierta guerra interna contra las células terroristas Sendero Luminoso y Movimiento Revolucionario Túpac Amaru (MRTA), asfixiado por la peor inflación de la historia republicana. Es verdad que, luego, los 90s vieron desaparecer esta realidad insostenible. La cura, no obstante, fue mil veces peor que la enfermedad. Un total desprecio por los más elementales principios éticos y morales se instaló en nuestras vidas bajo la forma de la corrupción política/social más asquerosa, servil y condenable que pudiera imaginarse. Para apuntalarla, se sistematizó una política de galopante indiferencia hacia el ya debilitado nivel cultural-educativo de la población. Ése fue el costo que nos impuso la “dictablanda” fujimontesinista: mientras más tonto/estupidizante/ridículo/absurdo/chabacano fuera el circo de los medios (los cómicos ambulantes, Laura Bozzo, la tecnocumbia, Magaly Medina, el travestismo grotesco -la “cultura combi”, en resumen), más seguros podían sentirse los nefastos agentes de poder. A punta de embrutecerlo, el pueblo peruano enloqueció. Huelga explicar cuán poco lograron las resucitadas tribus rockeras/electrónicas frente a esta crisis casi existencial.
Aunque los primeros indicios se dieron con Mar De Copas en 1993, fue el regreso del grupo punk Leuzemia -hoy convertido en espectral remedo pseudo-progre/filo-trovesco que acompaña las poco inspiradas incursiones de su inefable vocalista Daniel F- la circunstancia que reavivó la chispa de la revuelta capitalina. En efecto, para 1995 y ya con nuevo disco (A La Mierda Lo Demás: Asesinando Al Mito), Leuzemia comandó el resurgimiento de las bandas locales, que se animaron a grabar aupadas por disqueras interesadas en sus propuestas (Eureka, Huasipungo, Navaja) y por tribunas especializadas (Caleta, Sub, Cuero Negro). Pero de nada valió que se empezase a trazar nuevas direcciones, o que el acceso a los equipos fuese menos oneroso que en los 80s. A lo sumo, movimientos como el del colectivo Crisálida Sónica, sus pares aleatorio-industriales del Infamia (Una Recopilación De Música Electrónica E Industrial), las primeras escaramuzas indie y la naciente electrónica ruidista fueron instancias vistas como curiosidades aún dentro del propio feudo -en una suerte de “evolución resistida”.
Pese a que el cambio de milenio supuso la caída de la asolapada dictadura fujimontesinista y el retorno a la senda democrática, el daño ya estaba hecho. Desde hace cuando menos un lustro, múltiples estudios internos y externos vienen dando cuenta del retroceso educativo y cultural que ha sufrido el Perú -la verdadera, aciaga herencia de Fujimori y secuaces. No niego que el país esté mejor que nunca en algunos aspectos. Pero en los más importantes, aquellos que nos definen como personas, que delinean nuestra moralidad y nuestras estéticas, estamos peor que nunca. La “cultura del espectáculo”, concepto acuñado por nuestro gran escritor e intelectual Mario Vargas Llosa, nos ha arrastrado como borregos a una civilización de la barbarie, en la que el espíritu chicha/frívolo reina soberano desde mierdosos “psicosociales” mediáticos como la entelequia escandalosa de América Televisión, las pautas chismográficas incrustadas en los “programas de noticias”, Al Fondo Hay Sitio y el Grupo 5 -que sólo pueden causarme una furiosa e interminable arcada de asco. Si Domingo Sarmiento volviera a la vida...
En síntesis, si en los 60s el rock peruano desempeñó un papel de primer orden en el marco de la cultura popular de estas costas, la escena actual es apenas un puñado de notas a pie de página. Con todo, la culpa no es enteramente nuestra. Una crisis generalizada se ha abierto paso en las esferas rockeras y electrónicas de todo el mundo. Las últimas vanguardias se destaparon a mediados de los 90s -y resultaron tan ariscas e inasibles que quizás produjeron el efecto opuesto al habitual: en lugar de ser fagocitadas por/integradas al pop, hicieron que éste las repeliera y abrazara la oquedad, el inmediatismo, la superficialidad plástica. Basta una rápida encuesta al ciudadano promedio de a pie: ni siquiera el 10% sabría decir quiénes son Silvania, Theremyn_4, Luján, Evamuss, Catervas o Herman Hamann -los nombres que tomaron la posta del 2000 para adelante. Sí, se ensanchó la difusión a través de medios escritos -Caleta, Sub, 69, Freak Out!- y virtuales -la blogósfera-, como consecuencia de la desjerarquización de la cultura que ha supuesto el advenimiento de Internet, pero la música se oye -2001, Chillidos Del Futuro, Hecho En El Perú, Cretácico, Cultura Rock (en Cuzco)-, no se lee.
(Creo que la tesis que es viable inferir de este sinóptico numeral asoma bastante obvia. La salsa -no la antigua, brutal y brava; sino la actual, lasciva y descerebrada (salvo excepciones como la de Sabor Y Control)-, la cumbia, el reggaetón, la chicha, el axé; son todas músicas cuyo principal objetivo es distraer, florear, cogerse de la cintura de la pareja, seducir, desfogarse -sin ir más allá. Es decir, músicas banales todas, lo que no tendría nada de malo de no ser porque se asumen como fin y no como medio. El rock y la electrónica, au contraire, pueden hacer lo mismo y también remecerte, tocar tus fibras más íntimas, predisponerte a una reflexión o empujarte a un abandono que inéditamente equilibran lo apolíneo y lo dionisíaco; y lo pueden hacer porque se trata de manifestaciones artísticas maduras, que han logrado trascender las circunstancias históricas de su nacimiento -“parricida” el uno, “hedonista” la otra- y se han convertido en expresiones culturales iconoclastas. El rock y la electrónica, pues, tienen ya implícito un valor educativo potencial infinitamente superior a los demás géneros -de ahí su presentación conjunta en este espacio. Ampliar semejante proposición es algo que merece muchos más renglones que los aquí ocupados.)
IV
Lo insólito es que ese mismo estado de crisis semi-permanente que hemos deplorado a través de tantos párrafos anteriores, le ha dado al ADN del rock y la electrónica peruanos el cromosoma clave para preservarlo y definirlo. Tener constantemente todo en contra le ha conferido una fortaleza y un cariz sui generis al sonido de estas músicas, tanto en el proceso de registro como en la estética -y no faltará quien diga que también en la ética-. Al menos a mí me pasa que reconozco un grupo peruano cuando lo escucho, sin necesariamente saber que lo es, el 90% de las veces. Lógico, los muchos obstáculos que han debido sortear nuestros créditos les han terminado por predisponer a sacar todo el partido posible de los instrumentos a la mano, de las horas/consolas de grabación aprovechables -y en el caso de los artistas electrónicos, habría que agregar también del software empleado, que no pocas ocasiones modifican.
Véase, por ejemplo, el caso de Paisaje Electrónico. Su único legado discográfico, el cassette que compartió con Feudales en 1986, remite a prima facie a The Durutti Column y al primer dark rock -pero, por los instrumentos utilizados, teclados y sintes en su mayoría; se usa considerarle pionero de la música electrónica. Véase, también, el caso de Evamuss/Christian Galarreta, que crackeaba los programas aplicados para encontrar nuevos sonidos/ruidos y estructurar/desestructurar ingeniosamente la osamenta de sus composiciones. O el caso de Los Holy’s, que, al mejor estilo de The 13th Floor Elevators y su célebre “jarrón eléctrico”; dotaron a la mayoría de cortes de su Sueño Sicodélico (1968) de un extraño efecto generado al manipular una caja de eco Dynacord. O el caso de Lunik, que para grabar el Ovo-Ovni (2002) exprimió un amplificador, un palo de lluvia, un casiotón y una aspiradora rusa; aparatos algunos de los cuales permanecieron en su domicilio sólo por una hora.
Esa habilidad para sobrevivir ha generado un curioso efecto colateral: de cada tres bandas peruanas, mínimo una tiene el don de la mutabilidad. El escucha puede constatarlo con creces aquí, donde encontrará a un mismo grupo en diversos pasajes. Sin ir demasiado atrás, Catervas declara residencia en los tramos dark-gothic rock, indie rock y post rock; pero el grueso de su artillería se ubica en el tramo ethereal music, noise rock y shoegazing. Suda, fabuloso quinteto de ascendencia punk, cuela material no sólo en su bloque de origen, sino también en el de pop rock 80s/90s/00s y en el de rock mestizo, ska, reggae y demás hierbas. Tonka flexibilizó el trip hop hasta fundirlo con el pop noventero, y su ex vocalista, Solange Jacobs, lanzó en el 2011 un EP bajo el alias de Fifteen Years Old, embebido del fúnebre éter-folk de la escudería americana Projekt -jugadita similar a la de Constanza Núñez-Melgar a.k.a. Panyoba. Raúl Ochoa y Manuel Rodríguez empezaron como M.A.R.U.J.A. (acrónimo de Mirando Al Rojo Un Jabalí Amordazado), dedicados a la electrónica híbrida tipo Seefeel: su siguiente estadio, Maruja Trax, les significó un cortísimo romance con el ambient pop. Unificada esta segunda denominación para dar lugar a una tercera -Marujatrax-, se han decantado hacia la rocktrónica, el drum’n’bass y el 2-step. La hoja de ruta casi siempre es trazada por la propia evolución del artista/grupo.
Quien se lleva las palmas de la ductibilidad es El Aire, de José Javier Castro, entidad que aparece aquí... ¡¡¡en cinco secciones distintas!!! A saber: punk y hardcore (“Rodeo”), ethereal music/noise rock/shoegazing (“Libertad”, “Beach”, “Terminal”), pop rock 80s/90s/00s (“Anduve Bajo El Sol”, “Lluvia En El Ande”, “El Naranja De Tus Ojos”), indie rock (“Y Despega!”) y post rock (“Fiero Escalador De Nubes (Ícaro Triunfal)”). Definitivamente, el acto peruano más versátil de la historia.
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5 comentarios:
ADDENDA (NUNCA FALTAN)
Valga aclarar que yo no tengo nada contra otros tipos de música, siempre y cuando éstos no impliquen el más leve grado de chabacanería y vulgaridad. Me gusta el sonido Buena Vista Social Club, el danzón mexicano, Miles Davis, el folklor de los Balcanes, Fela Kuti; y provengo de una familia de, más que tangueros, gardelianos. Todo buen melómano debe conocer, o por lo menos intuir, los riesgos de encasillarse en un solo género. Pero si tengo que elegir uno o dos modos de hacer música, más tardan en hacerme la pregunta que yo en responder: el rock y la electrónica, hoy mañana y siempre. Por supuesto, se puede vivir sin ellos -sólo que eso, en realidad, no es vida.
Hákim de Merv
ADDENDA (NUNCA FALTAN)
Corren leyendas urbanas sobre grupos de particulares que, durante los 90s, consumían bandas nuevas y discos frescos que llegaban con regularidad desde el Primer Mundo no mucho después de su aparición. Lo curioso es que se trataba de asociaciones superfachas, organizadas a la usanza de las logias masónicas, que guardaban con celo sus discos, vinilos y cintas -sin compartir. Incluso al interior de estos grupos existían grados -dependiendo de los cuales, los miembros tenían derecho a acceder a tales o cuales grabaciones. Se conservan los nombres de al menos dos de estas organizaciones: Nivel 14 y Volumen 7. Se dice que DJ Relax, programador de Radio Doble 9, estuvo metido en una de ellas.
Hákim de Merv
ADDENDA (NUNCA FALTAN)
El video linkeado aquí del tema "Orreuá", de la banda indie La Molicie, ha sido montado usando escenas de la magnífica película francesa Mauvais Sang (1986), dirigida por el reconocido Leos Carax.
Si diste con palo a muchos. Pero toda la cumbia no es mala, hay tecnocumbia es pegajosa, lo malo es que el fujimorato se aprovecho de la situación o así al menos creo.
Te faltó criticar al chongo rock, ese rock simplista que cree fusionar ritmos latinos con pop. Música inservible comandada por Pedro Suarez Vertis, Gianmarco (especialmente en la primera decada del siglo XXI) y Nosequien y Nosecuantos. Te faltó de las sospechas de como Raúl Romero se coludió con el fujimorato, y como siguió hasta hace poco imperando en la TV peruana.
Saludos
En todo caso, es la cumbia de viejo cuño la que puede despertar algo de interés por su valor histórico -si es que conviniéramos en que lo tiene.
Siempre se pasan cosas. Pero si lees con acuciosidad las tres partes del texto, verás que hay no pocas alusiones sarcásticas a eso que llamas "chongo rock": los incluyo sin decirlo en la etiqueta "versión Marca Perú del rock local", también hacia el final, cuando digo que no siga adelante quien espera encontrar aquí al patético retardado de Pedro Suárez-Vértiz. Quizá el texto luego se convierta en algo más grande, y entonces habrá espacio para decir muchas cosas más.
Gracias por escribir. Saludos.
Hákim de Merv
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