THE BAND: ROCK DESDE LA RAÍZ

24 de mayo de 2013

 

Music From Big Pink
(Capitol, 1968)


Remitirse a la música de los 60s, aquella década que forjó mucha de las expresiones sonoras que aún disfrutamos y que parece ser la fortaleza insoslayable de The Beatles (bien por la espartana defensa de su fanaticada, bien por la flojera generacional de quienes sólo aceptan deglutir lo que hoy la FM y demás medios les ofrecen de aquel decenio), puede resultar tan frustrante como arar en el mar. Referentes ineludibles -no sólo en las islas británicas- para lo que significaría el devenir del rock and roll universal, se pueden encontrar con la debida y necesaria paciencia.

Cuando The Band arranca en el circuito norteamericano se les conocía como “el grupo de Bob Dylan”, en los tiempos en que el cantautor decidió enchufar sus guitarras. Ese milestone en la historia de la música rock les dio un nombre que con las posteriores grabaciones propias no haría sino aumentar en connotación. Porque The Band se convertiría en puntal de la superposición del rock de raíces bluseras hasta que el rock psicodélico se lo devorara de un mordisco. Nada mal para un puñado de multi-instrumentistas canadienses.

Music From Big Pink es un título que alude a una colectividad, al compañerismo, al hermoso acto de hacer música a partir de la confluencia de cada uno de los talentos de esta banda. Un grupo que antes de este larga duración contaba con un “bootleg”, The Basement Tapes, entonces accesible sólo para los entendidos (hasta que se editó en mayor tirada hacia 1975). La casa rosada, ese espacio mítico ubicado en la 56 de Parnassus Lane, en Saugerties, New York; se convierte así en ese micro-universo en donde jams de 4 minutos salpicados de rockabilly, ragtime, blues, country, folk y similares son el canal idóneo para retratar su día a día en la New York de fines de década.

Abordar el Music From Big Pink enfrentando el descenso emocional que supone “Tears Of Rage” es complicado. Notable apertura de un disco debut, impensado entonces, inimaginable ahora. El desgarro interpretativo que Richard Manuel realiza de esta canción de Bob Dylan, aunque su autoría aún es discutida, es más que conmovedor: su voz, junto a las del baterista Levon Helm y el bajista Rick Danko, aporta variedad y personalidad al registro sonoro del grupo.

Estas armonías vocales se despliegan con maestría en “The Weight”, quizás la canción insignia de la placa, categoría que alcanzó gracias a su inclusión en la americanísima película de 1969 Easy Rider -film celebratorio del espíritu rebelde de una época donde la rebeldía todavía (res)guardaba una mística no fagocitada por el capitalismo. Personalmente es aquí, a mitad de la placa, donde siento que el disco despega a mis oídos. Quizás el principal problema que este redactor encuentra en los primeros minutos se identifica con nombre propio: Bob Dylan, cuya estela está impregnada a lo largo del LP, al punto que es él quien diseña su portada, elefante incluido (?). Además del single mencionado (el único extraído del acetato), Bob escribió “I Shall Be Released”, buen tema que cierra Music... No soy fan para nada de Dylan, pero su influencia y amparo son capitales para entender este estreno.


Si bien “We Can Talk” y “Long Black Veil” (cover del artista country Danny Dill, de 1959) se desenvuelven como canciones country rock de pura cepa, el tramo final del disco hace que no pueda desmerecer una producción tan honesta como arriesgada a su manera para la época. “Chest Fever” es ese rock de coliseo que haría saltar y aplaudir a toda la concurrencia, “Lonesome Suzie” es la canción más triste que se haya escrito en años, y no es recomendable someterse a sus dolorosos 4 minutos teniendo objetos punzocortantes o estando a más de 3 metros de altura -Manuel llora la canción, convirtiéndola en una gema absolutamente estremecedora. Mientras, “This Wheel’s On Fire”, versioneada por Siouxsie And The Banshees en Through The Looking Glass (Wonderland, 1987), te enseña un par de lecciones sobre sintetizadores y guitarras; y la ya mencionada “I Shall Be Released” en estupendo falsetto nos entrega un cierre que, elijo creer, sin haber escuchado la original de Dylan; suena mucho mejor (ojalá, jeje).


Comúnmente, MFBP no engancha del todo al oyente después de la primera pasada. “Crece” con lentitud, y quizás no se eleve tanto en algunas personas, después de todo. Se puede entender. Y es deber que lo diga: conmigo tampoco fue amor a primera oída. Posteriores acercamientos me permiten celebrarle un parejísimo lado B, amén del reconocimiento a un talento instrumental inmenso que para la época debe haber dejado boquiabiertos a muchos oyentes. Los intros de teclado de Garth Hudson en “Chest Fever” y “This Wheel’s On Fire” siguen sonando tan definitivos hoy como en 1968.


Music From Big Pink se editó exactamente 13 meses después del Sgt. Pepper’s... de los Fab Four, y su huella en la “Americana” de nuestros días sigue siendo tan palpable que es imposible imaginarse a grupos básicos para nuestros tiempos sin este puñado de canciones (¿Wilco? ¿The Black Keys? ¿anyone?). Posee una crudeza instrumental e interpretativa que hasta hoy se sigue celebrando y que muchas veces el cinismo y el prejuicio hacia el rock de otras épocas, ese rock “antiguo”, es decir, en desuso (“clásico” ya es prácticamente un oxímoron); nos hace olvidar grabaciones que fueron vitales para el género. The Band clavó una bandera que ya nunca nadie pudo arriar después. Un saludo a esos caballeros.

Cristhian Manzanares


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