CARLITOS’ WAY: A PROPÓSITO DE DEMOLER...

13 de diciembre de 2012

 

Así suene a tópico, no es inexacto señalar que con la llegada del nuevo siglo/milenio hubo un incremento -pequeño pero significativo- del número de libros editados en el Perú cuyas páginas se consagran a la música rock nacional (su contraparte electrónica, en cambio, hasta ahora no tiene perro que le ladre). Más que un signo de los tiempos literalmente hablando, y a despecho de sonar otra vez a lugar común, esta efervescente necesidad por historiar los avatares que ha sufrido el rock peruano es consecuencia de la globalización y su herramienta consuetudinaria -Internet. Es, ciertamente, a través de la omnipresente Red que hemos podido leer obras fantásticas como More Brilliant Than The Sun: Adventures In Sonic Fiction de Kodwo Eshun o Rip It Up And Start Again: Post Punk 1978-1984 del brillante Simon Reynolds. Es, asimismo, gracias a Internet que hemos contactado personas con nuestros mismos gustos, formado grupos de interés que trascienden la distancia física, y rescatado -en un país tan dado a desconocer sus propios logros- muchos referentes sonoros que se pensaban irremediablemente desaparecidos.

Sintomáticamente, este rescate se vio aparejado a una revaloración de los orígenes del rock peruano; es decir, un volver la mirada a aquellos grupos y solistas que surgieron en el mítico periodo limitado por los años 1957 y 1975. Quienes se llevan merecidamente las palmas por sus esfuerzos en pro de difundir los enterrados tesoros de esos lejanos calendarios son Andrés Tapia, conocedor a profundidad de la primera escena rockera, que ha trabajado tenazmente por restaurar sus discos con resultados muy concretos; y los weirdos agrupados en la combativa Columna Beat. A través de su principal elemento de propaganda, el notable fanzine Sótano Beat, estos muchachones han exhumado el legado perucho instrumental-garage-surf-beat, psicodélico-hard rock y de fusión latina -tras cuyo último estertor, el segundo disco de Telegraph Avenue (1975), quedaron fondeados en el más ignominioso olvido los pioneros rockers de esta parte del continente. Para satisfacción de la hinchada, Sótano Beat ha cosechado lo mejor de sus ocho ediciones en el volumen Días Felices (2012). Un esfuerzo posterior al primer libro que re-direcciona completamente los reflectores hacia las raíces de nuestra movida rock. Me refiero, obviamente, a Demoler: Un Viaje Personal Por La Primera Escena Del Rock En El Perú 1957-1975, de Carlos Torres Rotondo -principal (pero no único) acicate para estas líneas.

“PSICODÉLICO (DES)CONOCIDO”

No he tenido ocasión de conocer personalmente al autor. Lo que sé de él viene de amigos comunes, o de personas que alguna vez fueron amigos míos y ahora ya no, así como de una que otra crónica publicada en cierto fanzine snob que luego corrió a convertirse en revista y del que no quiero seguir acordándome. Partiendo de esos escasos artículos y esas vagas alusiones, me inclino a pensar que Torres Rotondo pertenece a cierto grupúsculo de intelectuales que ejerce la crítica cultural, tanto en la forma como en el contenido, desde un enfoque “beatnik” -cliché que, honestamente, siempre he deplorado. No puedo certificar que “Buko”, como lo llaman sus conocidos, comparta todas las opiniones y aficiones ideológicas de esa “cofradía”, algunas de las cuales, sin embargo, se filtran en sus textos. Para ser lo más justo posible, trataré, pues, de limitarme a desbrozar sólo aquello que Torres Rotondo manifiesta por escrito (y lo que se deduce de ello).


Desde el título, una clarísima referencia al clásico “Demolición” de Los Saicos, Demoler... empalma con la corriente reivindicatoria del primer rock peruano, que Torres señala correctamente como fundacional. No transcurren muchas páginas sin que encontremos declaraciones de este tipo:

“mi imaginación se encendió con una gloria freakie enmarcada en los mejores estilos de su época (...) tantas otras etiquetas que advierten sobre las insuficiencias de la lengua al describir la música” (página 10).

“imaginar la Lima que se desarrolló en mi prehistoria” (página 13).

“soy un narrador, no un erudito o un académico; tampoco soy un crítico musical y menos aún un coleccionista de discos o un policía de la verdad” (página 15).

“la Historia era una ficción colectiva, es decir una novela” (página 15).

Ni siquiera haciendo un meticuloso contraste entre las fuentes de una misma época, se logra una única versión que todos consideren válida, dado que cada ser humano tiene una perspectiva absolutamente personal de lo que acontece fuera de sí. Pretender, por ende, una imagen fotográficamente pura de la Realidad es tan absurdo como lo que Torres Rotondo plantea entre líneas. La objetividad será una ilusión, pero la intersubjetividad no. En caso contrario, no sería posible la más elemental comunicación entre nosotros -menos aún la construcción de una civilización como la humana, tan polisémica y multidisciplinaria.

La  Historia,   entonces,   nunca    llegará   a  ser  100%  objetiva,   por varias razones -siempre la escriben los vencedores, hay tantos puntos de vista como voces, las memorias tienden a perder sus contornos al ir quedando más atrás... De ahí a decir “la Historia es una ficción colectiva”, hay un abismo que no puede evadirse tan alegremente.


Otro ejemplo de la verborrea literaria del autor es “soy un narrador”. Esto no implica renunciar a un poco más de orden a la hora de escribir. Un ensayista también puede narrar, lo mismo que un crítico de arte. Tratándose de un intento por echar luces sobre un periodo importante de la música pop peruana, el problema es que “Buko” abusa hasta lo indecible de supuestos y piruetas de la imaginación. No se le está pidiendo ser 100% objetivo, pero irse al otro lado del espectro es igual de contraproducente. En efecto, el parche de “policía de la verdad” responde a la necesidad de blindar un texto que no pocas veces recurre a muletillas literarias poco convincentes (“había adquirido el poder mental de teletransportarme”, página 13). Torres mismo parece asegurarlo cuando dice “imaginar la Lima que se desarrolló en mi prehistoria”, es decir, aquella que no vivió. Vale, subtitular al libro “Un Viaje Personal Por La Primera Escena Del Rock En El Perú 1957-1975” es una coartada muy criolla, pero no lo exime de toda imputación.

“LA PUNTA DE MI LENGUA”

Demoler... fue concebido como “un primer desarrollo coherente relativo a las principales líneas narrativas de la historia de la primera escena del rock en el Perú” (página 14). Observando el balance en conjunto, creo que hablaría bastante bien del libro si lo calificara como “regular”. Y es que Demoler... está plagado de errores de toda laya. Comienzo por los más evidentes.

No he llegado más que a la página 20 cuando me topo con esta línea: “¿Por qué esta música fue portavoz un cambio social tan importante?”. Por si alguien no lo ha pillado todavía, el equívoco en esa frase es la ausencia de la preposición “de” entre las palabras “portavoz” y “un”. Otro ejemplo de fobia hacia las preposiciones: “Eran la mayor leyenda urbana de Lima hasta su reaparición hace poco tiempo debido las entrevistas...” (páginas de la 44 a la 45) -aquí es incluso más notoria la ausencia de la partícula “a” después de “las entrevistas”.


Otra constante metida de pata es el tipeo corrido de palabras que de ningún modo pueden ir juntas. Confróntese “En este espacio geográficose desarrolló una generación...” (página 39, sexta línea) o “En el aeropuerto de la ciudad boliviana de Santa Cruzconocieron al cantante brasileño Roberto Carlos...” (página 90, antepenúltima línea). Enyuntar “geográfico” y “se”, o “Cruz” y “conocieron”, no es crear neologismos -es pergeñar barbarismos.

Como si fuera poco, se notan serias deficiencias en la nomenclatura usada, que hacen de ésta cualquier cosa menos uniforme. La más prominente es la de Los Saicos. Explica Torres Rotondo que originalmente Erwin Flores, César Castrillón, Pancho Guevara y Rolando Carpio se bautizaron como Saicos, sin el artículo, porque su uso era demasiado frecuente entre los grupos nuevaoleros, con los que el cuarteto siempre deslindaba (página 47). El dato es verídico: lo prueba el hecho de que en el año 2006 editase Repsychled Records, de Andrés Tapia, un recopilatorio de la banda donde se ensalzaba la denominación original (Saicos). Pues bien, cuando después de esta aclaración los menciona en otros capítulos del libro, Torres Rotondo vuelve a utilizar “Los Saicos”.

Estos errores son -por manifiestamente tontos- entendibles cuando un libro se encuentra todavía en fase de pulimento. En cantidades verdaderamente pequeñas, son comprensibles cuando el libro ya está editado, toda vez que el ojo familiarizado tiende a revisar el texto de forma menos concienzuda. En Demoler..., estos errores navegan literalmente a sus anchas, al punto de hacer insoportablemente tediosa su asimilación (un Marco Aurelio Denegri, por ejemplo, no jalaría). Nadie, supongo, me culpará si intuyo como mínimo apresuramiento y descuido en su publicación (da la impresión de que ni siquiera se trabajó con “machote”, nombre que la jerga editorial le da a la impresión de prueba). Como máximo, y no estoy diciendo que sea el caso, esto denota desprecio por las más básicas reglas de redacción, una mayúscula falta de respeto hacia los lectores. Jalón de orejas para la gente de Revuelta Editores, que no dispuso de un corrector -y también para el autor, en apariencia nada inmiscuido en el resultado final del proceso.


A los interesados, les dejo una selección con esas “perlas” formales que entorpecen la lectura de Demoler... Quien desee una relación completa y pormenorizada, que se dé el trabajo, como me lo di yo.

- “Drag´s”, en lugar de “Drag’s” (página 69, cuarta línea).
- “Sin embargo, como los Marshmellow Soup Group había venido con la embajada canadiense a través de canales diplomáticos, no se les permitía...” (página 140 -por concordancia gramatical con “los”, no es “había”, sino “habían”).
- “Estaban en su mejor momento de su popularidad” (página 158 -el primer “su” debe remplazarse por “el”).
- “...lo que en realidad simplemente quiere decircompartir jato en buena onda y rodeado de gente que...” (página 220 -“decir” y “compartir” deberían aparecer separados).
- “...Mario    Allison,   cuyos   hermanos     hermanos    tocaron   en...”  (página 230 -visiblemente, sobra un “hermanos”).
- “Los Dolton´s”, en lugar de “Los Dolton’s” (página 75, segundo párrafo, decimoprimera línea).
- “Los discos le llegaban discos de todos sitios, encargándolos...” (página 66 -sin comentarios).
- “...su cuello delicado y su flequillo alocaban y hacían proferir irremediables gritos en tiernas adolescentes de barrio popular” (página 120, penúltima línea del primer párrafo -no “en”, sino “a”; e “irremediables” está muy mal usado).
- “...un chico se cortó la las venas de casualidad...” (página 116, decimoctava línea -sin comentarios).
- “...estaban cantadas por de Carmencita Sáenz” (página 177, octava línea -sobra la preposición “de”).
- “... ¿conocemos todos lo sonidos emitidos en el fondo submarino?” (página 176, tras-antepenúltima línea -por concordancia gramatical con “sonidos”, es “los” en vez de “lo”).
- “...no llega a constituir una estrictamente escena” (página 252, tercer párrafo, tercera y cuarta líneas -debería decir “...no llega a constituir estrictamente una escena”).

“APOCALLYPSIS (BEGINNING & END)”

Las falencias de Demoler... no se agotan en el aspecto formal. Puede rastrearse una significativa cantidad de omisiones y de imprecisiones de información. Véase el tema del grupo cuzqueño Los Espectros, que figuran aquí como “Los Spectros” (página 252). Si se hace una búsqueda rápida de imágenes en Google, aparecerá la funda de vinilo donde efectivamente se puede leer que tal era su nombre. No obstante, en la segunda cara del cuché insertado entre las páginas 264 y 265, se ve una miniatura de la misma funda, donde puede leerse “Los Espectros”.


Otro traspiés es el de Los Sideral’s. “Buko” subraya que “su mayor éxito fue un 45 con el conocido tema del folclore nacional ‘Vírgenes Del Sol’ ” (página 252). La información es correcta, pero en el apartado “Discografía” de la sección Bonus, cuando se listan “provisionalmente” los LPs de las bandas de esa época (página 278), se consigna “Vírgenes Del Sol” como álbum, junto al epónimo Los Sideral’s y a Ritmos Espaciales. En el listado de singles brilla por su ausencia.

El caso más sangrante es el de Kela Gates. En la página 102, Torres Rotondo dice sobre Los Belkings: “Por estos días fueron también la banda de apoyo en el primer LP de Kela Gates, que contenía doce canciones”. Invito al lector a que dirija su atención a la siguiente imagen:


Éste es un scanneo de la tapa y la contratapa del aludido disco de Kela Gates y Los Belkings (1969). Como puede verse a la izquierda, debajo de la información relativa a las canciones, se publicitan otros lanzamientos -evidentemente previos- de la disquera (El Virrey). El primero en asomar, en la primera fila horizontal a la izquierda, es el verdadero primer disco de Kela Gates (1968), cuya funda pauteo a continuación:


Si sólo tuviéramos en cuenta el enorme espacio de tiempo transcurrido desde esas jornadas y la agobiante escasez de información al respecto, estas fallas podrían mal que bien disculparse. No es así, ya que en el antedicho apartado “Discografía” podemos leer: “Andrés Tapia, enjundioso coleccionista y responsable de Repsychled Records, fijó la base de datos e hizo importantes correcciones y adiciones, siempre con el disco original en la mano” (página 276). Si “Buko” tuvo a la mano un extraordinario especialista en la materia como Tapia, la ligereza no puede estar sino de su lado otra vez.

“SOME PEOPLE NEVER KNOW”

Es el turno del contenido en sí. Demoler... la chunta en algunos puntos de lo que podríamos llamar su “contexto teórico de referencia”. Es muy cierto, por ejemplo, que los hombres y mujeres nacidos a partir de los 40s fueron en sentido estricto los primeros adolescentes de la Historia, opinión sólidamente fundamentada (página 19). Tampoco deja de ser verdad que existe, de facto pero muy sutilmente (¿?), una clara diferencia entre lo que aquí se llamó en los 60s la “Nueva Ola” y el rock peruano coetáneo. Argumenta el autor sobre el frente nuevaolero: “El movimiento musical peruano que adoptó ese nombre representó el lado más amable, melódico, romántico e ingenuo del naciente rock peruano. Y en la mayoría de los casos ni siquiera eran rockeros, sino baladistas peinados con la típica montañita con versiones en castellano de temas italianos para ser cantados a las hembritas; en otras palabras, escuchando su música, los nuevaoleros constituyen claramente una tradición distinta a la que empieza con Los Saicos” (página 85, nótese que se usa otra vez el artículo “Los”, cuando ya se había planteado la reivindicación del nombre “Saicos”). Y se dilucida además la confusa bruma que siempre envolvió al York’s 69 (1969) de Los York’s y A Bailar Go Go (1970) de Traffic Sound, LPs amañados revanchistamente por la disquera MAG ante la partida de ambos grupos a otras casas discográficas. Aquí es donde radica la aportación más valiosa de Demoler...: en su potencial como anecdotario -y en el trazo genealógico (un tanto laberíntico, por default) de las bandas y solistas de esas fechas. Tristemente, son muchos los desatinos que empañan estos (pocos) logros.

No me refiero, por cierto, a esa proclividad de Torres Rotondo a mostrar que tiene “calle literaria”, algo que acaba de verse en la cita anterior con su despectivo uso de la palabra “hembritas” (vocablo que repite con el mismo desdén en el capítulo dedicado a Jean Paul El Troglodita). Lo mismo ocurre cuando dice “Lo que más resaltaba era una batería Roxy, con unos tomtones de la pitri mitri que alucinaban al personal del barrio...” (página 46, segundo párrafo) o “...la argentina Libertad LeBlanc -famosa por sus poderosas tetas, sólo superadas en la época...” (página 58, segundo párrafo, sexta línea). El reclamo nada tiene que ver con una educación al estilo Carreño: en la página 130, segundo párrafo, puede leerse “Ante la pregunta de si era supersticioso, zambo, éste declaró que claro que lo era, que se corría la paja antes de cada concierto”. Las groserías y palabrotas se justifican cuando corresponden a una cita, o cuando están convenientemente dosificadas -es decir, soltadas en el momento que lo amerita y en la justa medida. Concedo, se trata de una cuestión de estilo, fácil herencia de esa adscripción de “Buko” a la manchita de  intelectuales  beatniks  que  parecen  seguir a rajatabla  las  admoniciones de Burroughs,  Bukowski,  Gingsberg y compañía -literatos respetabilísimos todos ellos (otra cosa son éstos sus seguidores limeños). A mí me incordia ese estilo (de “provocación vacía y efectista”, como ha enunciado un conocido mío), pero a fin de cuentas es gusto y decisión del escritor.

Tampoco me refiero a esa insistencia desproporcionada por subdividir el libro. Pueden justificarse algunas de estas subdivisiones, como la de las líneas consagradas a Los Shain’s -en tres acápites: “Prehistoria De Los Shain’s”, “Drag’s Tag” (¿¿¿???) y “Los Shain’s”-, o la de Tarkus, que parte a la mitad el segmento de Telegraph Avenue. Otras no: la porción de texto dedicada a Los Saicos es cortada por un intermezzo relativo a Los Golden Boys, banda que sólo ha legado a la posteridad un sencillo. No hay nada que comporte dedicarles un aparte -porque, si lo rescatable es la reinvención del ex miembro Richard Osores como factótum de Los Golden Stars, entonces se les dedica un aparte a los creadores de “Pasto Verde” como tales, sin enclavarlo en medio del capítulo de nadie.

A lo que me refiero es a la manera de presentar la información. El autor afirma que ha entrevistado a muchos de los protagonistas de esta historia y que ha revisado todos los documentos de la época que pasaron por sus manos. No voy a discutir si es verdad o no -salvo en el caso de Los Saicos y de Los Shain’s. Una primera lectura deja la sensación bastante fuerte de que todo lo que ha escrito Torres Rotondo sobre Los Saicos está muy mal “volteado” de los reportajes publicados en Sótano Beat: no sólo lo digo porque repita todas las anécdotas que figuran en las páginas del fanzine, sino también porque se repiten exactamente en el mismo orden. Mejor “volteado” parece estar lo de Los Shain’s.

Hay además, en Demoler..., una exasperante repetición de datos, presentados cada vez que se repiten como si fuera la primera vez que nos topamos con ellos. Pasa con Los Saicos y la boite Negro Negro (páginas 48 y 108), con Juan Gonzalo Rose y Danny Valdy (páginas 48 y 49), con Mike Oliver (páginas 28 y 53). Tampoco hay que subvalorar tanto a los lectores, pues.

“JUSTO A MI GUSTO”

Previsiblemente, la parte más polémica de este análisis está ligada a los juicios de valor, de los que “Buko” hace -tal vez entusiasta e inconscientemente- muchos, demasiados y siempre positivos; perdiendo la ocasión de recuperar la mayor cantidad posible de piezas del mosaico 60s-70s y a la vez sopesarlas en su real dimensión. Se palpa una injustificable tendencia a la hipérbole, especialmente cuando toca hablar de la segunda generación rockera peruana, aquella que nació a fines de los 60s, y se “consolidó” y murió durante la primera mitad de los 70s. Signo inequívoco de ello: en todo el libro pulula el calificativo de “enteogénico”, como si a su sola mención debiéramos los profanos doblar la rodilla.


Pero vayamos por partes. De todos los grupos peruanos de la época, Los Kreps debe ser con absoluta seguridad uno de los más torrejas y olvidables. Torres Rotondo los glorifica sin asco y hasta los tilda de seminales (página 134, tercer párrafo, quinta línea). Quizá sea porque los considera exponentes primigenios de la “fusión” (página 37, primera línea), parecer que constituye en sí mismo otra patinada: tocar adaptaciones rockeras de temas de música tradicional(ista) o de folklore está muy lejos de ser “fusión”. “Fusión” es INTEGRAR dos o más formas de hacer/entender música. Si lo que se procura es legitimar a Los Kreps argumentando que eran lo mejorcito y más rockero de su época, opongo el contraejemplo perfecto: Los Incas Modernos, quienes por su epónimo LP de 1963 (mismo año del epónimo de Los Kreps) deben estar considerados entre los verdaderos grupos pioneros de la escena (sin que su relectura del peruanísimo “Carnavalito” cajamarquino implique que hagan “fusión”, como también se afirma en la página 36).


Para nada niego la grandeza de Los Saicos. Son verdaderamente geniales, y un motivo de orgullo para el alicaído espíritu patrio. Lo que sí me parece un despropósito total es afirmar que “...prefiguraron el sonido de casi todo el rock peruano importante, sobre todo el que se desarrollaría a partir de la movida subte de los años ochenta” (página 47). Olvida “Buko” que es recién a finales de los 90s que, a través de un vinilo recopilatorio lanzado en España por Electro Harmonix, el público mayoritario pudo acceder a la obra completa del cuarteto de Lince. Olvida también que los rockers del movimiento subte ochentero jamás miraron atrás, ya que los hilos de la tradición rockera se cortaron en 1975. Olvida, por último, que ya en las página 23 y 24 ha escrito: “Las bandas de rock subterráneo (la versión local del punk) y los músicos de pop en castellano que empezaron a tocar en 1983 refundaron el circuito rockero, pero desconocían por completo lo que se había hecho años antes”.

Aseverar que Los Belkings -otro grupo que merece todo mi respeto y admiración-, que comenzaron en 1966, llegarían a un sonido calificable como “proto-lounge” (página 23, novena línea), es otra barrabasada; lo mismo que resaltar el “tema” “Años Cruentos” (del mismo grupo) por estar narrado (cansinamente) por Gerardo Manuel. Para quienes no lo sepan, el padre del lounge, el mexicano Juan García Esquivel, ya editaba discos -discazos- a fines de los 50s. Los Belkings son magníficos en verdad, pero no todo lo que hicieron tiene que ser oro -mucho menos el autobombo de “Años Cruentos”, insulso popurrí pésimamente sazonado con aplausos grabados, incluido en su último disco (Ayer Y Hoy ,1973).


Se me hace recontra discutible, además, que Torres Rotondo pontifique en torno al primer disco de Los Shain’s como “el mejor de su carrera” (página 77). ¿Cómo afirmar semejante cosa, si en la página 76 queda sentado que El Ritmo De Los Shain’s (1965) sólo tiene dos temas propios? Reconozco la impecable pericia instrumental de Los Shain’s, pero no debemos olvidar que era un grupo con muy pocos temas propios. Si se trataba de elegir, mejor era decantarse por el Docena 3 (1968). Por otra parte, el origen del nombre del grupo Tarkus que aparece en Demoler..., adjudicado al baterista Walo Carrillo (“Tarkus es un espíritu que se encuentra en lo más profundo de nuestra alma y que nos protege cuando nos hallamos perdidos en algún viaje”, página 190), es una burda maquinación que “Buko” cándidamente consigna a la vez que aprueba. “Tarkus” es el título que recibió el segundo disco (1971) de los progresivos Emerson, Lake & Palmer. El grupo peruano homónimo se formó en 1972. No tiene ese nombre ninguna connotación relevante vinculada a vuelos pseudo-astrales como el que intenta establecer la cita previa.

Y en cuanto a la información sobre Los Millonarios Del Jazz, que es considerado por todos como el primer combo en hacer rock aquí, la información de Demoler..., por excesivamente errónea, es tendenciosamente distorsionada: dice “Buko” que sólo era peruano el primer guitarrista, Elías Ponce, y que se trataba de un sexteto (página 28). Revisando Días Felices (página 25), encuentro que en realidad era un quinteto formado por los peruanos Elías Ponce, Pepe Morelli y Guillermo Vergara, el irlandés Pat Reid y el argentino Jorge Mirkin.

Lo más delirante viene de la mano de lo que podríamos llamar tranquilamente dos vacas sagradas: Traffic Sound y Los Mad’s. Descaradamente elitistas ambas, TF es candidata natural a ser considerada la banda más “pechofrío” de la historia del rock peruano. Suficiente prueba es, me parece, su estrategia calculada al milímetro para hacer el máximo de billete, estrategia que Torres Rotondo secunda sin chistar (página 155). A este respecto, habría que traer a colación las declaraciones de su ex vocalista Manuel Sanguineti, dueño de Radio Doble Nueve, consignadas en Alta Tensión: Los Cortocircuitos Del Rock Peruano (2002), de Pedro Cornejo Guinassi (primera tentativa libresca de armar una historia del rock peruano desde su año cero). Al comentario “Por lo que me dices a Traffic Sound no le interesaba ser masivo. Era un grupo más bien elitista ¿no?”, Sanguineti responde: “Totalmente (...) Entonces, no había radios y no llegaban los discos, la gente iba a las fiestas porque quería escuchar las mismas canciones otra vez. En cambio ahora un grupo saca su disco, la gente lo compra, lo escucha tres meses, se aburre del disco y se aburre del grupo. Es un desastre porque tocas en la misma ciudad”. Si bien no tiene nada de malo querer vivir de lo que nos gusta, estas declaraciones del señor Sanguineti parecen más propias de un mercenario sónico, de alguien siempre dispuesto a forrarse de verdes, antes que de un músico sensible, que ama realmente la música y que desea expresarse a través suyo. Para remate, “Buko” les embarra más acaso sin darse cuenta. En relación a una cena-show de reunión de Traffic Sound en la década pasada, “sólo los cubiertos costaron sesenta dólares” (página 160).

El colmo de la deificación son Los Mad’s. De arranque, Torre Rotondo nos suelta una justificación aún más alucinante que la que nos encajó para Traffic Sound. Esta vez ya sin pudor alguno, “argolla”, “cenáculo”, “caleta”, son algunas de las palabras que el autor usa para sacarle lustre a la supuesta gloria escondida de Los Mad’s. La verdad, yo no podría decir si fueron jodidamente buenos o francamente malos, pero si tengo que juzgarlos por su legado discográfico, mi veredicto sería de indiferencia total. La recopilación Back To Peru: The Most Complete Compilation Of Peruvian Underground '64-'74 (2003), editada por Vampi Soul en España, repesca el lado A del unigénito sencillo que Los Mad’s registraron para la posteridad: “The Last Time”. Aunque veintiúnico, sería hasta simpático si no fuera porque se trata de un cover de The Rolling Stones -aparece en el Out Of Our Heads (1965; en la versión de London Records, no la de Decca). Entonces, ¿de qué grupo extraordinario, maravilloso y telepático está hablando “Buko”? Llegar a Inglaterra, tocar con Derek & The Dominoes y King Crimson, y haber estado programados para presentarse en el festival de la isla de Wight (1970, donde nunca llegaron a subir al escenario); todo ello por una invitación que les hicieron los Stones en 1969, sólo indica que estuvieron en el lugar preciso. Tal vez sólo fueron una alegre extravagancia para Jagger y compañía, una curiosidad que llevarse. Entiendo que por estos días se ha terminado de restaurar el material que grabaron para un album completo -que nunca editaron por el prurito idiota de ver al diablo en la masificación (“a nuestras fiestas no se invitaba a cualquiera”, página 166). Sin duda, la pronta edición de ese trabajo será una oportunidad única de zanjar la cuestión y corroborar ese fabuloso prestigio que tanto se comenta... o de echarse abajo otro mito más relacionado a la perfección impoluta que “Buko” tanto pondera cuando habla de la primera escena rockera peruana.

“CHOQUE DE VIENTOS”

Quizá no era para tanto. Quizá debiera tomármelo como lo que es, un híbrido apresurado de literatura, historia y música -una empresa personal de Torres Rotondo, destinada en principio a recuperar parte de su historia familiar (su viejo tocó el bajo en Doctor Wheat, y se cachueleó como músico de sesión en otras bandas), que luego se salió de control y terminó en lo que hemos leído. La cuestión es que, si por un lado ha habido comentarios negativos en las redes y blogs, señalando los evidentes defectos que diezman a Demoler..., por otro lado en el “mundo real” todo ha sido “hosanna en las alturas” cuando se referían a un libro lleno de buenas intenciones y muy mal trabajado por donde se le mire; e insólitamente sobrevalorado. Esto no es un fanzine o un post para blog, con el enorme respeto que se merecen ambos formatos. Esto es un libro, capaz de llegar a una mucha mayor cantidad de lectores, y destinado a redescubrir los albores de nuestra tradición rockera a los ojos de nutridos segmentos de ese público potencial. Debió, por ende, haber sido sometido a muchas y severas cribas, que hubieran coadyuvado a detectar el 90% de errores que convergen en Demoler...

Lo más embarazoso es que la tesis de “Buko” que se mueve tras bastidores, y que aparece nítidamente una sola vez (“Los rockeros todavía no conocían la autogestión y no lucharon demasiado por su arte, que por aquel entonces llegó a cimas a las que todavía no ha regresado el rock en el Perú...”, página 128), me resulta intragable: a saber, que el único rock peruano válido es el del periodo 57-75. Si por “válido” se entiende el de mejor calidad instrumental, desechemos entonces el punk o el hardcore. Si por “válido” se procura salvar de la quema sólo al rock inspirado en los “clásicos” (los Stones y demás), sepultemos entonces 35 años de evolución sónica. Aspirar a que la Historia (ese cuco al que los beatniks locales le tienen pavor) se estanque en un paradigma circular es abiertamente grotesco.


En cuanto a los juicios de valor del autor, se hace imperativo el deslinde. Yo valoro y aprecio la herencia de las primeras bandas rockeras, pero eso no quiere decir que piense que todo es absolutamente genial. Ni hablar. A quien desee acercarse a este período de nuestra historia pop, para contrastar mi postura o la de Torres Rotondo, le recomiendo hacerlo vía los ocho números de Sótano Beat o el libro recopilatorio Días Felices, vía la labor de difusión de Andrés Tapia y Repsychled Records, vía los blogs especializados...

...o dirigirse a los links de descarga situados bajo estos párrafos.

Hákim de Merv


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5 comentarios:

Anónimo dijo...

Brutal articulo y post el albumes esenciales GRATIS, algo que no se ha visto hasta ahora , felicitaciones!,ojala empezaran a hacer lo mismo otros lucrocomunicadores

Anónimo dijo...

Aprecio el comentario y los parabienes, mi estimado/a. De hecho, aquí en El Hexágono Carmesí somos militantes a ultranza del copyleft -pero, por supuesto, también nos preocupa que nadie critique aquello que está mal sólo por el compadrazgo y el amiguismo. Faltaba más. Como va la Humanidad, no estamos para quedarnos callados por nada.

A disfrutar con todo, pues, de estos tesoros que nos enseñan a valorar nuestro pasado pop en su justa medida. Un abrazo -y, nuevamente, muchas gracias por escribir.

Hákim de Merv

Antonio De Saavedra dijo...

A pesar de que deseaba saber un poco más sobre la historia de los primeros años del rock peruano, la verdad es que fue un gran sufrimiento leer todo este libro. Tenía grandes esperanzas en Torres (sobre todo luego de leer algo de su narrativa), pero su estilo enrevesado (típico de los "niños bien" de la Universidad de Lima) lo complicaron todo. Más aun, con las erratas que nombras Hákim. ¿Se habrá perdido una oportunidad más de aclarar la brumosas historia del rock peruano? Entiendo que Torres lo haya escrito con pasión (Octavio Paz, luego de la muerte de André Breton, dijo: "Escribir sobre André Breton con un lenguaje que no sea la pasión es imposible"; claro está salvando las diferencias en este caso), pero un libro como este merecía una lenguaje sencillo, para esclarecer algunos aspectos del tema. De todos modos, este post disipa algunas dudas, y por supuesto lo voy a imprimir para ponerlo entre las páginas del susodicho libro. Gracias Hákim, saludos ^_^

Anónimo dijo...

Lógico, se ha perdido una oportunidad más, mi estimado Antonio. Teniendo en cuenta que un libro editado y a la venta puede llegar a un mayor número de lectores, y además alcanzar segmentos del mercado que no usan los nuevos medios; la idea debió ser una presentación cuidadosa, de divulgación pero seria, sobre los orígenes del rock peruano. Parece que pudo más el entusiasmo desmedido y la ansiedad, en este caso. Felizmente, también disponemos del valioso volumen Días Felices. Gracias por la inmerecida consideración, Antonio. Un abrazo.

Anónimo dijo...

Plop. Me olvidé de firmar el anterior comentario. Subsano aquí.

Hákim de Merv

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