EL GRITO SILENCIOSO, DE KENZABURO OÉ: EL TORMENTOSO PESO DE LA DESGRACIA

2 de agosto de 2013

 

Se entiende por calamidad un hecho natural o provocado por el ser humano que afecta negativamente a la vida, al sustento o a la industria. Es, también, el daño o la alteración grave de las condiciones normales de vida en un área geográfica determinada, trastorno causado por fenómenos naturales y/o por efectos catastróficos de la acción del Hombre en forma accidental -que requiere por tanto de la especial atención de los organismos del Estado y de otras entidades de carácter humanitario/de servicio social. Evidentemente, estas desgracias ponen de manifiesto la vulnerabilidad del equilibrio necesario para sobrevivir y prosperar.

“Un hombre es la suma de sus desdichas. Se podría creer que el infortunio terminará un día por cansarse, pero entonces es el Tiempo el que se convierte en nuestra mayor desdicha”. Esta cita del premio Nobel estadounidense William Faulkner describe con frialdad la realidad de una vida aquejada por la desventura de un destino aciago. Por tanto, no podemos decir “de esta agua no he de beber”, pues nadie está libre de dejarse llevar por el correr de los acontecimientos, hasta que la existencia misma se convierta en la peor pesadilla.

Para desarrollar con mayor detalle los tópicos de esta breve introducción, presentamos el siguiente análisis de El Grito Silencioso, la tortuosa novela del escritor japonés Kenzaburo Oé.

RURAL FATALIDAD

Kenzaburo Oé nació el 31 de enero de 1935 en Ose, Japón. Su infancia y adolescencia transcurren en una aldea de los bosques montañosos de Shikoku. En 1954, se traslada a Tokio para iniciar la carrera de Filosofía y Letras, cuya licenciatura finaliza cuatro años después especializándose en literatura europea. Para ello, tuvo que perfeccionar su japonés, pues hablaba una variante dialectal propia de la zona en que vino al mundo. La vocación literaria le nació de la necesidad de aminorar su desarraigo cultural y recuperar “la mitología de mi aldea”. De este período datan La Presa (que le valió en 1957 el premio Akutagawa de novela corta) y Arrancad Las Semillas, Fusilad A Los Niños (1958): en estos textos, se traza un sombrío panorama de los efectos de la guerra en el idílico microcosmos rural.

El punto de inflexión en la vida y la narrativa de Oé lo constituyó el nacimiento en 1963 de su primogénito Hikari, que padecía una malformación neurológica. Fruto del desconcierto y del dolor ante la minusvalía mental del niño, y al mismo tiempo del afán de superación y de la necesidad de dotarse de una ética privada, su novela Una Cuestión Personal (1964) narra -empleando términos crudos y sin concesiones- la inmersión en el abismo de un padre atrapado entre el fatalismo y la cínica opción de la huida hacia adelante. Oé ha regresado al tema de la relación con su hijo en los libros Dinos Cómo Sobrevivir A Nuestra Locura (1969), Las Aguas Han Inundado Mi Alma (1973) y Despertad, Jóvenes De La Nueva Era (1983).

El otro núcleo de su obra lo constituye, como ya quedó señalado, la pervivencia del corpus de mitos y leyendas rurales de su infancia y juventud en el marco de la cultura urbana contemporánea, vertebrado por obras como El Grito Silencioso (1967), Juegos Contemporáneos (1979) o Cartas A Los Años De La Nostalgia (1986). Inspirándose en la poesía de W. B. Yeats, Oé escribió una trilogía titulada A Flaming Green Tree y -antes de recibir el Premio Nobel de Literatura en 1994- libros como M/T, La Historia Maravillosa Del Bosque o la novela de ciencia ficción La Torre Del Tratamiento (1990), así como una numerosa cantidad de artículos y ensayos: destaca en especial entre estos últimos Notas Sobre Hiroshima, escrito tras entrevistar a diversos supervivientes de la tragedia atómica.

REBELIÓN EN LA ALDEA

Los hermanos Mitsusaburo y Takashi Nedokoro vuelven a su tierra de origen en Shikoku para poner en orden ciertos trámites burocráticos. El viaje, sin embargo, no es más que una excusa de Takashi para acometer un levantamiento contra el así llamado “Emperador Del Supermercado”, quien domina el pueblo natal a través de sus muchos negocios. Takashi entrena a un equipo de fútbol, lo que le sirve de excusa para hacer germinar el espíritu revolucionario entre los habitantes. Mitsusaburo comprueba cómo el intrincado plan tramado por su hermano se vuelve en su contra, y es testigo de una vorágine de acontecimientos que muestran lo más degradante de la condición humana. Ambos hermanos descubrirán sus propias raíces encarnadas en las personalidades de su abuelo y el hermano de éste, quienes se enfrentaron décadas atrás en el mismo poblado: así, las figuras de sus antepasados se verán proyectadas en los protagonistas, quienes comprenderán terriblemente que no habrá otro futuro para ellos, que están destinados a repetir la misma historia.

Al igual que en otras novelas de Kenzaburo Oé, destacan en El Grito Silencioso dos imágenes muy impresionantes, sobre las que se van desenvolviendo los hilos del argumento y de la acción: una es la del pozo oscuro y encharcado en el que Mitsusaburo se refugia para reflexionar sobre el horror que le asola -encogido como un feto en su regresión al claustro materno, mientras abraza a un perro enfermo. La otra es la del mejor amigo del mayor de los Nedokoro, ahorcado y totalmente desnudo, con la cabeza pintada de color bermellón y un pepino insertado en el ano (estrambótico suicidio de oscura interpretación). Sendas escenas son el leit motiv de la novela.

La historia discurre -como río alborotado en su carrera- hacia un desenlace inevitable, hasta el remanso final, guiado por el motivo que subyace desde el principio: el ansia de esperanza del protagonista y su búsqueda de la Verdad. Una verdad cuya revelación conducirá al atormentado Takashi a superar su propio infierno interior, y a Mitsusaburo, a encontrar el norte insospechado de su nueva vida, a descubrir también las causas del infierno personal, a enfrentarse a la infelicidad y buscar el alivio de su alma. Oé nos induce a la lectura de la infelicidad personal del protagonista mayor perdido en una existencia a la que no le encuentra significado (el suicidio de su mejor amigo, una mujer alcohólica con la que no tiene relaciones sexuales, el nacimiento de un hijo idiota). No obstante, en el fondo de toda esa desdicha aparecen destellos emocionantes de los sentimientos más profundos que unen las almas de personas tan desgraciadas, que se aman y se detestan al mismo tiempo, de manera irremediable.

Takashi representa al activista violento y derrotado que luego se une en viaje apologético por los Estados Unidos como estudiante arrepentido, antes de regresar a la querencia en pos de sus raíces (esa “identity”, como nos dice Oé). Mitsusaburo representa el polo extrovertido, pasivo, agresivo y violento. El regreso de Takashi estimula al abatido Mitsusaburo, quien se deja arrastrar por el entusiasmo del hermano en busca de esa “vida nueva” que le brinde un atisbo de esperanza en la aldea de sus orígenes. Oé aprovecha magistralmente las revueltas campesinas de 1860 y 1871 en Shikoku, para ofrecernos una comparación y un reflejo de los sentimientos de los activistas vencidos, la confusión de sus almas y la sublimación del ideal revolucionario.

SU PASADO LOS CONDENA

El Grito Silencioso es un descenso a los infiernos, estilo que ha llevado a Oé a ser equiparado con Dante y Dostoievski. En la novela, los hermanos deberán confrontar sus más descarnadas motivaciones: éstas provienen siempre de un pasado del que se huye y al que arrastran de manera inexorable. Ellos deben enfrentar sus pulsiones y vivir, escapar o morir. Las referencias hacia un Japón poco frecuentado por el lector occidental pueden tornar a este volumen un tanto laborioso, es cierto, así como lo hacen además la densidad de la prosa y el humor melancólico y depresivo que permea todos los capítulos. Sin embargo, una vez que el lector se acostumbra a estos elementos, la narración se vuelve una avalancha que va adquiriendo cada vez mayor velocidad y que habrá de culminar en un aparatoso desastre.


La crítica japonesa no se puso nunca de acuerdo al evaluar una obra tan compleja, mereciendo tanta diversidad de análisis como la de los críticos mismos. Para algunos, como el prestigioso crítico Ôka, es una novela “rica en nervaduras”. En nuestra apreciación personal, el autor resalta lo efímero e intrascendente de la existencia humana y juega con la transposición de la realidad y de la ilusión en la que está inmerso el protagonista del relato. Por otro lado, la muerte del ahorcado puede representar una simplificación de la lucha de los estudiantes japoneses en 1960, en feroz oposición violenta al tratado entre Estados Unidos y Japón, donde fácilmente pudo Oé ser testigo de la muerte de manifestantes literalmente a golpes propinados por los miembros de la policía: una muestra más de la maestría con la que el Nobel utiliza “la verdadera cualidad de la función de las palabras en la poesía” y su genio para concentrar en imágenes todo un mundo de simbolismos.

El Grito Silencioso es muestra magistral de una literatura tan rica y apasionante como la nipona. Una novela que nos mantiene en vilo, que nos araña el subconsciente y nuestros propios sentimientos de culpabilidad, nuestros secretos inconfesables; formando continuas imágenes en nuestra mente, despertando nuestros fantasmas más temidos, sacudiéndonos con los horrores de las cosas cotidianas de nuestro mundo. El estilo de Kenzaburo Oé es ágil y complejo, a veces brutal, sanguinario y cruel; en ocasiones, denota ternura y compasión, con una capacidad sublime de poner en marcha la habilidad del lector para introducirse en un universo ficticio/real. El rédito: el lector cautivado volverá constantemente a esta obra maestra de la narrativa contemporánea.

En definitiva, después de tanta introspección sólo cabría preguntarse: ¿por qué la actitud de abandonarlo todo en un acto de suprema resignación? ¿Cómo se puede llegar a extremos de parálisis de la voluntad y falta de reacción ante situaciones difíciles? Todo es resultado de esa enfermedad del espíritu, la más terrible y trágica de todas -la desesperanza. Se trata de sentimientos de desamparo y renuncia, de impotencia y derrotismo, de pérdida de confianza en sí mismo y en los demás; un refugio y aferramiento al pasado con pérdida de los proyectos para el futuro. ¿Por qué esa retracción de la existencia sobre sí misma ante el vacío del porvenir, donde no se espera nada o se espera lo peor? “Porque es tocando fondo, aunque sea en la amargura y la degradación, donde uno llega a saber quién es, y donde entonces empieza a pisar firme”.

Jorge Antonio Buckingham


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